Los orígenes de todas nuestras antiguas plazas hay que buscarlos en el baldío, aquel terreno propio del municipio en que era prohibido sembrar. “La palabra baldío –dice Alberdi-, que significa terreno que no siendo del dominio particular no se cultiva ni está adehesado, viene de balda, voz anticuada que expresa cosa de poquísimo precio y de ningún provecho” (1). Así, entre otras, fueron baldíos las hoy llamadas plazas Libertad, San Martín, Juan de Garay, Vicente López, Constitución, Miserere, de la Concepción, Lavalle, Suipacha, Dorrego y Recoleta, ésta en su perímetro delimitado por la avenida Manuel Quintana y las calles Guido y Junín. Sin embargo, la plaza de mayor amplitud que tenemos en uno de los puntos más céntricos del viejo Buenos Aires, no guarda tradición de hueco ni de carretas, ya que en ella no se conocieron los montículos del basural ni los grupos vocingleros y pintorescos del mercado. Esta es la plaza del Congreso, la magnífica creación munícipe de que se enorgullecieron los porteños en los días de mayo de 1910.
Si bien es cierto que tan hermosa realización urbanística se logró como consecuencia de la erección del palacio homónimo, no debe olvidarse que se la conformó en tren de urgencia, ya que debía presentársela como tal en los días jubilares en que la nacionalidad celebraría la primera centuria de la emancipación (1810 – 25 de Mayo – 1910).
No es posible hablar de la plaza con olvido del palacio que le dio su nombre, y cuya monumentalidad le configura el más admirable telón de fondo. La inauguración de este palacio “de líneas severas y puras en que se nota el aprovechamiento de los caracteres más sobresalientes de los estilos griegos y romanos” (2) tuvo efecto el 12 de mayo de 1906, por el presidente de la República Figueroa Alcorta.
Alguna gente joven se nos ha quedado mirando con una sonrisa, jugando su incredulidad al escucharnos decir que la Avenida de Mayo terminaba frente a la puerta principal del Congreso, con la confitería Entre Ríos en su esquina sudeste, y el “Baratillo Kikiriki” en la del nordeste. Y claro está para ellos: frente a tan grandiosidad de plaza, les cuesta bastante imaginar aquellas manzanas reducidas, rectangulares, de casas bajas, cocherías, pequeños locales de comercio y de tiro al blanco, alguno que otro rematador de chafalonías, y la Caballeriza del Escuadrón de Policía sobre la parte de la calle Virrey Ceballos.
Digamos, pues, que cuando se procedió a la apertura de la ancha vía proyectada por el intendente municipal Torcuato de Alvear, se demolieron los edificios a lo largo de las manzanas comprendidas entre las calles Victoria (actual Hipólito Yrigoyen) y Rivadavia, no así los otros con entrada por dichas calles, siempre que no resultaran afectados por el trazado (artículo 5º de la ley Nº 1583 del año 1884)
De ahí que algunos de los edificios de propiedad particular no fueron demolidos, y todavía se los puede ver en la esquina noroeste de H. Irigoyen y Chacabuco, y en la sudeste de Rivadavia y Chacabuco, así como en la de Rivadavia y Tacuarí. En tales condiciones existían numerosas construcciones antiguas en ambos lados de la Avenida, de la plazoleta de Lorea hasta Entre Ríos, que no resultaron alcanzadas por el paso de la flamante vía. Y al ser ésta inaugurada el 9 de julio de 1894, durante la administración del Dr. Federico Pinedo, este último tramo se mantenía sin edificaciones de pisos altos, los de 24 metros de altura autorizados por la ordenanza municipal. Al iniciarse, entonces, la demolición de las casas y corralones que se encontraban dentro del perímetro destinado al encuadre de la nueva plaza, desapareció el Mercado Lorea, que abría sus portones sobre la Avenida de Mayo y calle Rivadavia, desde Solís hasta la línea imaginaria de sur a norte cuyo punto céntrico nos lo da “El Pensador”, y se renuevan las polvaredas al ser derribadas algunas casas de conocido nombre, como lo era la del coronel Domingo Bosch, que tomaba toda la esquina de Rivadavia, alzando su mirador por la parte de Entre Ríos números 16 y 20, y también la de Victoria 617 y 619 (de la antigua numeración), donde funcionaba el Colegio Condorcet.
En el mismo lugar donde se encuentra la fuente del monumento a los Dos Congresos (el general Constituyente de 1813 y el de la declaración de la Independencia de 1816) se encontraba el circo conocido con el nombre de “Buckingham Palace”. El inolvidable Frank Brown actuó en él en días de 1908, y en la noche del 4 de enero de 1907 se produjo bajo su carpa la muerte del ciclista Romero Dewis, al lanzarse con la bicicleta desde lo alto de la plataforma, en su intento de realizar el “looping the loop”, vulgarmente llamado allí “El salto de la muerte”, el que con renovado éxito efectuaba todas las noches el ciclista Mephisto, a quien había desafiado el joven italiano Ramiro Penagini, que tal era el nombre de pila del infortunado Romero.
La plaza tiene como principal motivo ornamental el monumento a los Dos Congresos, gran fuente decorativa que remata la figura escultórica de la República Argentina, arrogante Matrona con una rama de olivo en la mano, en ofrenda, según reza la leyenda del pedestal, “A la Asamblea de 1813 y al Congreso de 1816”. Obra magnífica, en verdad, debido al genio del escultor belga Julio Lagae y el ponderable trabajo del también belga, arquitecto Enrique D’Huicque, y bajo el amparo de la libertad que ella representa y otorga, los componentes de la Asociación la Corda Frates inauguraron en junio de 1919, a pocos metros de su sombra augusta, la Primera Exposición del Libro Argentino, con el concurso de poderosos altoparlantes. En tal ocasión, aludiendo a ella y a los grupos escultóricos que ofrecen con sus notas de sugestiva belleza (“El Pensador” de Augusto Rodin y “El Perdón” (3), de J. E. Boverie), alguien hizo correr este epigrama: “Quienes organizaron / la Exposición, / de Rodin se olvidaron / pero no de “El Perdón”…” Era el espíritu del porteño chacotón, siempre en espera de la oportunidad para el llamado de la risa.
Muchos, si, fueron los sucesos populares provocadores de simpatías, en todos los ámbitos de esta plaza. Recordemos tan sólo dos de ellos: aquel de los 25.000 niños que después de cantar el Himno Nacional procedieron a la jura de la bandera el 9 de julio de 1916, y el otro, el de la iluminación y baile popular realizado en ella, en la parte de Virrey Ceballos, entre Rivadavia y Victoria, así como en toda la Avenida de Mayo (12 pistas de bailes servidas por 24 bandas), los que fueron ofrecidos por la intendencia municipal durante la administración del doctor Mariano de Vedia y Mitre, para celebrar, la noche del 11 de junio de 1935, la cesación del fuego en la contienda bélica del Chaco que sostenían Paraguay y Bolivia. Y por supuesto que esta plaza, cuya creación recuerda al intendente Manuel J. Güiraldes (padre del autor de “Don Segundo Sombra”), que actuó desde fines de 1907 hasta el 12 de octubre de 1910, en diferentes épocas fue objeto de modificaciones por distintas causas. Una de ellas, la que circunstancialmente desapareció en buena parte, tuvo su origen en los trabajos que debieron realizarse con motivo de construirse el primero de nuestros subterráneos, los que en todo su recorrido (Plaza de Mayo – Primera Junta) se efectuaron a cielo abierto. Y terminadas tales obras, la plaza del Congreso, que tuvo vecinos eminentes como los doctores Joaquín V. González y Juan B. Justo, quedó casi igual a la que vemos actualmente. Y digamos, y ello a simple título informativo, que la figura de “El Pensador” (4) ocupa el mismo punto donde antiguamente se encontraba el molino harinero instalado en 1861 por el señor C. Halbach, hijo del primer ministro de Prusia que representó a ese país aquí; y que en años anteriores, con gran portón de entrada en ese lugar, estaba la extensa barraca de Pablo Villarino, respetable y acaudalado comerciante español, a quien recuerda el doctor Antonio José Wilde en su libro “Buenos Aires desde 70 años atrás”.
Por último, agreguemos que de todas las plazas comprendidas dentro del radio urbano, la del Congreso es la mayormente concurrida por los padres y los niños, y por cuantos gustan admirar los juegos de agua de la fuente y los grupos de palomas que, como a la de Mayo, la particularizan con el concurso de las alas que provocan la simpatía de su natural encanto.
Referencias
(1) Juan Agustín García – La Ciudad Indiana.
(2) Francisco Scardín – La Argentina y el trabajo.
(3) El Perdón es una obra de mármol realizada en 1896 por el escultor francés Juan Eugenio Boverie (1809-1910). Estaba ubicado en el cuadro central del jardín, en la zona Este de la Plaza del Congreso. En 1991 fue trasladado al Parque Avellaneda cuando fueron rediseñados los jardines.
(4) Obra del escultor francés Auguste Rodin (1840-1917), inaugurada en noviembre de 1907. Eduardo Schiaffino, pintor, historiador, periodista y primer director del Museo Nacional de Bellas Artes, fue quien hizo el encargo al propio Rodin, y ambos acordaron que el lugar de emplazamiento sería en las escalinatas exteriores del Congreso, proyecto que nunca se concretó.
Fuente
Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado
Llanes, Ricardo M. – Antiguas Plazas de la Ciudad de Buenos Aires – Cuadernos de Buenos Aires, Buenos Aires (1977).
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