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EL MENSAJE DEL PAPA PROVOCA UNA REVOLUCIÓN CULTURAL

BERGOGLIOFrancisco marca una nueva tendencia: la de acompañar con la misericordia y aceptar a los “heridos sociales”, los homosexuales y las mujeres que abortan. El desafío de superar la rigidez eclesiástica.

 Nueva etapa. En medio del proceso de reformas en la Curia romana, Jorge Bergoglio muestra su intención de que la Iglesia se acerque a sus feligreses y busque comprender y perdonar/AFPNueva etapa. En medio del proceso de reformas en la Curia romana, Jorge Bergoglio muestra su intención de que la Iglesia se acerque a sus feligreses y busque

  “Defensa de la vida desde la concepción”

A los jesuitas, la primera entrevista exclusiva

 A seis meses de ser elegido Papa, no hay dudas de que Francisco comenzó una revolución en la Iglesia. Y como aquellas revoluciones pacíficas que se hacen sin disparar un solo tiro, Jorge Bergoglio lleva adelante la suya sin cambiar-al menos hasta ahora- una sola coma de la doctrina.

 Porque la revolución que se propuso es si se quiere cultural, fundamentalmente actitudinal. O sea, dejar atrás un extendido espíritu inquisitorial, culposo, triste y reglamentarista (léase un catálogo de prohibiciones) del catolicismo, macerado durante siglos, para colocar en el centro la esencia del Evangelio: el amor, y así privilegiar la cercanía a la gente y la comprensión.

 Es cierto -dicho en términos bien terrenales- que Francisco está procurando que la Iglesia deje de ser una máquina de expulsar fieles, sea porque se sienten desencantados, sea porque se sienten “ilegales”. O, en todo caso, intentando acercar a los bautizados que creen a su manera sin importarles lo que dicen los curas.

 O, sencillamente, buscando entusiasmar a los no católicos.

 Y haciendo, en fin, que la Iglesia sea una acogedora casa de todos. Pero para ello no traiciona las creencias y preceptos, sino que cambia el orden de prelación: Primero el Evangelio, después la doctrina y, finalmente, las normas morales. Y todo sin juzgar, sino buscando comprender y perdonar.

 La entrevista que concedió a la revista jesuita Civiltá Cattolica (Civilización Católica), que se conoció esta semana y tuvo gran impacto mundial, es un verdadero cartabón de la esencia de su papado. Ya lo había deslizado en el libro “El jesuita”, de hace tres años, pero ahora -convertido en Papa, sin tener arriba a un pontífice y una curia conservadora- lo profundiza, y en gran forma.

 No es casual que lo haga en la prestigiosa publicación de su orden. Porque con ello, por un lado, está reconociendo sus orígenes. Y, por el otro, está revalidando los títulos de una comunidad que siempre fue vanguardista, lo que le trajo a lo largo de su historia no pocos cortocircuitos con el papado.

 Más aún: Francisco aprovecha el reportaje para buscar una reconciliación con los jesuitas. No es un secreto que su relación con su comunidad en la Argentina fue traumática. El mismo en la larga entrevista toma el toro por las astas y asume su parte de culpa. Y, como bien dice el periodista Juan Arias en el diario El País, de Madrid, no sólo se confiesa pecador, sino que se convierte en el primer pontífice en exponer sus pecados. Tras señalar que llegó a ser provincial (jefe) de los jesuitas con sólo 36 años y que eso fue “una locura”, admite que “tomaba mis decisiones de manera brusca y personalista”. Y concluye: “Al final, la gente se cansa de tanto autoritarismo”.

 Jorge Bergoglio dice que su estilo llevó a que se lo acusara de “ultraconservador”. Pero, en un singular sinceramiento que pone en out-side a los reaccionarios que tiene la institución, dispara: “No habré sido ciertamente como la beata Imelda, pero jamás he sido de derecha”. Con todo, asegura que “sus defectos y pecados” lo llevaron a aprender, a volverse más dialogante y a consultar. Señala que “algunos me dicen ahora que no consulte tanto y decida, pero yo prefiero consultar”. Así, cree que los cambios en la Iglesia que muchos le demandan requieren “un discernimiento”. Y completa: “Soy de la opinión de que se necesita tiempo para poner las bases de un cambio verdadero y eficaz”.

 Con todo, el meollo de sus declaraciones es la exposición de la Iglesia que quiere. Como dijo el director de la revista jesuita, el padre Antonio Spadaro, que fue quien lo entrevistó, la síntesis de su visión pasa por una expresión muy gráfica: “Veo a la Iglesia como un hospital de campaña tras una batalla”.

 Y agrega: “¡Qué inútil es preguntarle a un herido si tiene altos el colesterol y el azúcar. Hay que curarle las heridas. Ya hablaremos del resto”. ¿Y a qué se refiere con “el resto”? Más adelante lo precisa: “No podemos seguir insistiendo sólo en cuestiones referentes al aborto, al matrimonio homosexual o al uso de anticonceptivos. Es imposible”. Y redondea: “Ya conocemos la opinión de la Iglesia (…) y no es necesario estar hablando de estas cosas sin cesar”.

 Francisco deja en claro que el priorizar las cuestiones morales, y concretamente las referidas a la sexualidad, está aislando a la Iglesia, sin permitirle llegar con la centralidad de su mensaje religioso.

 La advertencia del pontífice es potente: “Tenemos, por tanto, que encontrar un equilibrio porque de otra manera el edificio moral de la Iglesia corre peligro de caer como un castillo de naipes, de perder la frescura y el perfume del Evangelio”.

 En este aspecto, si se toma sólo la opinión de los católicos argentinos -que no son los más vanguardistas- se verá el abismo con las posiciones morales de la Iglesia. Una encuesta del CONICET de hace tres años revela niveles de aprobación de los fieles que superan al 80 % en el uso de anticonceptivos y hasta del 70 % en la aceptación de las relaciones prematrimoniales. Por no decir -en otro orden- que el celibato optativo goza de gran aprobación.

 Sólo el aborto en todos los casos tiene altos niveles de rechazo, no así en casos de violación, malformación del feto o peligro de vida para la madre, donde la aprobación supera el 60 %.

 No es difícil imaginar que el modelo de Iglesia que quiere el Papa para el comienzo del tercer milenio cristiano provoque dolores de estómago en los sectores católicos más conservadores.

 De todas formas, Francisco -con su fina percepción- al día siguiente de difundida la entrevista, al recibir a una delegación de médicos católicos, buscó acotar el terremoto que produjo: reafirmó el rechazo de la Iglesia al aborto y les pidió que no realizaran esas intervenciones.

 Aunque en el vuelo de regreso a Río de Janeiro algo ya había dicho, fue relevante la alusión de Francisco al rol de la mujer en la Iglesia. En ese aspecto fue categórico: “Afrontamos hoy el desafío de reflexionar sobre el puesto específico de la mujer, incluso allí donde se ejercita la autoridad en los varios ámbitos de la Iglesia ”.

 Así, la revolución de Francisco está en marcha.

 Por Sergio Rubin

para Clarin del 22/09/2013

 

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Un comentario

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