Con la sola finalidad de ser justos la primera inmigración fue la africana, traídos por la fuerza, hacinados en las bodegas de los barcos de los traficantes de carne humana. Llegaban al subcontinente latinoamericano y también a los Estados Unidos para trabajar como esclavos y ser sometidos a la más cruel de las vivencias. Y por estos lados y por aquellos dejaron su huella en el ámbito de la cultura entre otras particularidades: el jazz, el tango, el candombe, distintas voces en cada una de las zonas donde fueron arrojados en reemplazo de la tribu lugareña a las tareas más infames que hiere el pensamiento y la conciencia que un hombre pueda someter a otro igual a tanta carga, a tanto odio y tanta bestialidad.
Hecha la aclaración queremos volver y también como un acto de justicia a las colectividades italiana, española, árabe, judía, hoy china, coreana y ayer nomás japonesa. Teniendo como rasgo en común su laboriosidad, sus esperanzas, sus sufrimientos en las tierras de origen y que Verdi en Nabucodonosor nos muestra descarnadamente como diciendo que el inmigrante jamás olvida su terruño. Es más, lo añora e incluso, nos animamos a pensar que entre sus sueños más caros es volver a Napoles, Galicia y también a Nueva Guinea, en África.
El inmigrante, dicen los tangueros, no sin razón, son aquellos que se fueron pero siempre están volviendo. Vuelven en su imaginación, en sus ideales, en sus anhelos.
En la Ciudad de Buenos Aires cada barrio tiene la presencia de alguna colectividad y quizás nuestro querido barrio de La Boca sea una de las expresiones más exquisitas de lo señalado. La impronta de los conventillos con sus chapas multicolores guardan una parte de su tierra natal.
Cada zona tiene su personalidad como por ejemplo el Once, tierra de la inmigración judía con sus tiendas, sus telas, sus productos de todo tipo y del anhelo de aquellas personas dedicadas al comercio. La actual calle Scalabrini Ortiz (ex Canning) tuvo la particularidad de juntar las colectividades árabes y judías y que por muchos años vivieron en paz.
La avenida de Mayo para citar otra zona es un pedazo de España en la Ciudad de Buenos Aires. Desde la mismísima avenida Bolívar hasta el Congreso de la Nación donde la avenida Entre Ríos se convierte en Callao es parte de España y es bueno que así lo sea porque, de alguna manera testimonia lo afirmado más arriba.
También podemos observar otras zonas como las de Flores, de uno u otro lado de la Avenida Rivadavia, donde se agrupan los hermanos bolivianos, paraguayos y peruanos tan menospreciados por algunos y sin embargo, haciendo honor a aquella letra del Preámbulo que el Dr. Raúl Alfonsín citada en sus discursos.
El barrio de Villa Crespo también tierra de la colectividad judía y quizás rodeando al club bohemio, mostraba su frenesí y muchas veces cercanos al arroyo Maldonado donde hace décadas se levantaban fábricas dedicadas a la elaboración del cuero.
Un capítulo aparte merece el tétrico Hotel de los Inmigrantes que por años fue un verdadero certificado de pobreza donde se comía aquello que se podía, donde el hacinamiento era el triste compañero de las penurias vividas en las barcazas inmundas -otro término no cabe- donde se hacinaban familias enteras en una pieza de cien metros repletas de camastros puestos en fila y que fue la antesala de los conventillos que era el lugar donde iban a dar con sus huesos todo aquel recién llegado.
Hemos querido dar un pantallazo humilde si, pero justo y como homenaje a todos nuestros abuelos y bisabuelos que llegaron con sus sueños y aquí una vez en Buenos Aires, conocieron el desinterés de distintos gobiernos por hacer de nuestra tierra un lugar donde sentar sus reales. Gente laboriosa, gente de sueños, gente que debió soportar epidemias como la de fiebre amarilla en 1871 por ejemplo, como testimonio de la anarquía reinante y de quienes sólo mediante la conquista de las tierras del sur o del norte de nuestros país acapararon fortunas cayendo en la banal estupidez que el robo, la apropación de la riqueza ajena,les daba un valor que sólo nos corresponde a todos habida cuenta que Dios nos entregó la tierra a todos y no a unos pocos que se las apropiaron.
Nuestro recuerdo y nuestro homenaje a quienes hicieron nacer el tango, el jazz, el frenesí de una cultura que no morirá jamás porque es parte de una Argentina que aún debe lograr aquella máxima de una Patria grande con un Pueblo feliz.