Podríamos iniciar estas líneas de manera no muy original puesto que muchos lo harán y con variada calidad periodística; podríamos citar una vez más al portal wikipedia quien nos informa: «Alberto Orlando Olmedo nació el 24 de agosto de 1933 en la ciudad de Rosario y vivió durante toda su infancia y adolescencia junto a su madre, Matilde Olmedo, en la calle Tucumán 2765 del humilde barrio Pichincha, que por esos años constituía la «zona roja» de la ciudad, con prostíbulos y bares de mala muerte. A los seis años, además de concurrir a la Escuela n.º 78 Juan F. Seguí, trabajó en la verdulería y carnicería de José Becaccece, en la calle Salta 3111. En 1947, por intermedio de Salvador Chita Naón, se integra a la claque del teatro La Comedia. Al año siguiente, con su amigo Osvaldo Martínez se incorpora al Primer Conjunto de Gimnasia Plástica en el Club Atlético Newell’s Old Boys de Rosario. Por esa época también participa en una agrupación artística vocacional que funciona en el Centro Asturiano: La Troupe Juvenil Asturiana. En 1951, como parte de los números de La Troupe, forma (junto a Antonio Ruiz Viñas) el dúo Toño-Olmedo. Ya profesionales, la pareja actúa en varios espectáculos, entre ellos Gitanerías, dirigido por Juanito Belmonte. Para fin de 1954 decide viajar a Buenos Aires para probar suerte», pero no lo haremos y por la sencilla razón que el Negro era sinónimo de humor.
Tanto él como Altavista, Porcel, Portales, Fidel Pintos y tantos pero tantos otros, su sola presencia despertaba a las musas de la comicidad quienes con los nombrados contraían un matrimonio que aún hoy perdura.
No necesitó de la grosería ni de la palabra fuera de lugar para arrancar una sonrisa y aún, la más picarezca de sus actuaciones siempre e indefectiblemente guardaba la compostura en un tiempo en que los valores no eran palabra fácil pero que no se los practicaba.
Fundamentalmente fue familia y con todas las letras porque era seguido por quien llegaba de las jornadas laborales, de la patrona y de los hijos para el disfrute de todos ellos.
Frases que han quedado en el vocabulario colectivo demuestran su importancia.
- Y, ¡si no me tienen fe!
- ¡De acaaaaaaá!
- ¡Éramos tannn pobres!
- Siempre que «yovió» paró.
- ¡Ruuu cu cuu!
- ¡No toca botón!
- ¿Me trajiste a la nena?
- ¡Poniendo estaba la gansa!
- ¡Adianchi, adianchi!
- Si la «vamo» a hacer, la «vamo» a hacer bien…
- ¡Shavoy! ¡Shavoy!
- Loco yooooooo?
- «Soy Pitufo, pero no bolufo».
- «A ésta, le rompo el bloqueo».
- El diablo se apoderó de meu.
- Hay efectivo!!!
- Es lo que hay
Y hoy son utilizadas por los porteños como por los rosarinos por el cordobés y cualquier otro que cultive lo cotidiano y lo popular. Cada una de estas expresiones se han hecho carne en todos nosotros y la usamos de continuo.
Porque el Negro es uno más entre nosotros, porque el Negro es como el Tango, siempre está y estará.
Porque el Negro ya está en la sangre de todo argentino que quiera hacer de su tiempo una sonrisa. Y en este mundo con pocas sonrisas y muchas lágrimas, el Negro, el Capitán Piluso y Coquito, que no quepa duda, se convirtieron en una necesidad.