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ENCUENTRO » ET» EN CARMEN DE ARECO (1987)

En el mes de diciembre de 1987, fuimos en dos autos hacia Carmen de Areco. Acampamos en un campo cercano al balneario. Una vez armadas las carpas (éramos siete), agradecimos al Cosmos por haber llegado sin inconvenientes al lugar. Al mediodía almorzamos, luego de bendecir los alimentos.
 A eso de las 18 horas yo escuché un murmullo musical, lejano… que llegaba del horizonte y Carola, que estaba a mi lado, sintió olor a rosas. En ese momento empezó a girar  sobre sí mismo el sol cambiando de color. Daba la sensación de alejarse y volver. Este fenómeno nos hizo recordar los hechos de Fátima: el llamado históricamente «baile del sol».
A las diez de la noche llegan a visitarnos un grupo de la ciudad de Carmen de Areco, decidimos entonces meditar en grupo. Al terminar de meditar, comenzamos a ver pequeñas luces de colores intensos que se movían de derecha a izquierda, y de arriba hacia abajo, formando una cruz en medio de la noche.
Cuando los lugareños regresaron decidimos los siete hacer un Rosario. Casi al final del mismo, vimos un fuego delante de una arbolada. El fuego ése no quemaba ni salía humo de él. Lo comparamos con la zarza ardiente que había visto el Profeta Moisés. Lo singular del suceso, ya de por sí asombroso, era que veíamos a unos seres de figura alargada que caminaban delante del fuego. En el mismo momento, dos bolas del tamaño de una pelota de básquet de color rojizo se acercaban a nosotros para regresar nuevamente junto a los seres alargados.
El asombro nos ganó a todos. En ningún momento tuvimos miedo o recelo. Todo aquello que vivíamos al instante nos llenaba de felicidad y nos abrazamos. Todavía faltaba la frutilla del postre, sobre nuestras cabezas veíamos una nave del tamaño de una cancha de fútbol, con forma romboidal. Con la nave sobre nuestras cabezas y el fuego que no quemaba, con los hombres alargados adelante empezó nuestro baile de alegría y agradecimiento al Cosmos.
La nave se elevó acercándose al fuego en forma de zigzag. Quedamos entre preguntas, alegría y felicidad, sabiendo que pocos nos creerían. No habíamos sacado ni una foto. Sabiendo también que nuestra experiencia era verdadera, casi inenarrable, que nos acompañaría el resto de nuestros días: haber vivido una experiencia con nuestros hermanos del Cosmos.
ALEJANDRO NOVAS.
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