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EVA PERON LLEGA A LA CIUDAD

INFANCIA y ADOLESCENCIA

Seguramente aquella diminuta damita joven que llegó a este Buenos Aires bravío con la sola compañía de su mamá y con apenas 15 años con ilusión de quedarse, traía consigo como cualquiera de nosotros la historia familiar.

Juan Duarte conocido como el Vasco por los vecinos, era un estanciero e importante político conservador de Chivilcoy, una ciudad cercana a Los Toldos. En la primera década del siglo XX, Juan Duarte fue uno de los beneficiados con las maniobras fraudulentas que comenzó a implementar el gobierno para quitarle la tierra a la Comunidad Mapuche de Coliqueo en Los Toldos, apropiándose de la estancia en la que nació Eva.

Juana Ibarguren era hija de la puestera criolla Petrona Núñez y del carrero Joaquín Ibarguren. De estrechos contactos con la Comunidad Mapuche de Los Toldos, fue asistida por una comadrona india que se llamaba Juana Rawson de Guayquil.

Juan Duarte, el padre de Eva, mantenía dos familias, una legítima en Chivilcoy con su esposa legal Estela Grisolía y otra ilegítima, en Los Toldos, con Juana Ibarguren. Juntos tuvieron cinco hijos, pero Juan Duarte no reconoció a ninguno de ellos.

En aquella época la ley argentina establecía una serie de calificaciones infames para las personas si sus padres no habían contraído matrimonio legal, genéricamente llamados hijos ilegítimos. Una de esas calificaciones era la de hijo adulterino, circunstancia que se hacía constar en la partida de nacimiento de los niños, hecho que de por si tendría fundamental importancia para damita joven que ya desde pequeña, siendo niña aún, conoce las injusticias de quienes ni siquiera son iguales ante la ley.

Por seguro que esa anotación en la mismísima partida de nacimiento la marcó para siempre sintiéndose injustamente discriminada por una sociedad en la que algunos son más iguales que otros.

Observando los posteriores 18 años que le tocaron en vida (recordemos que estamos escribiendo sobre una niña aún con 15 primaveras), lo injusto para ella tendría más valor que la palabra y el hecho en si.

Acabar con la injusticia significaron su razón de existir y por seguro, la piedra fundamental que explica su adhesión al peronismo con la fuerza con que lo hizo.

Esa anotación como hija adulterina, no debe caber duda, la vivió como una afrenta y una piedra muy pesada.

Leemos referido a este asunto en el portal Wikipedia: “En 1945 logró que se destruyera su partida de nacimiento original para eliminar esa tacha infamante. Una vez en el gobierno, el peronismo en general y Evita en particular, impulsarían avanzadas leyes antidiscriminatorias para igualar a las mujeres con los varones y a los niños entre sí”, hechos que le valió los primeros odios de las señoras gordas de pensamiento disperso y egoísmo mayúsculo, pero también de la Sacrosanta Iglesia Católica siempre dispuesta a meter las narices en donde no le corresponde y de los sectores más encumbrados de la altísima societá porteña.

No había llegado el 24 de febrero de 1946, día en que el General ganaría las elecciones nacionales convirtiéndose en Presidente de los Argentinos, que el trajinar de Evita ya despertaba la ira de aquellos eternos protagonistas que por seguro inspiraron a Arturo Jauretche para escribir el “Medio pelo en la sociedad argentina”, medio pelo siempre dispuesto a hacer de lorito repetidor de expresiones e intereses inconfensables.

En torno a este hecho, de hijos legítimos e ilegítimos, fue tanta la oposición a igualar las personas entre si que recién en 1954 se pudo lograr acabar con un hecho discriminatorio de esta envergadura.

Su corta edad ya la habría de orientar para el resto de su vida. Muerto Juan Duarte, doña Juana inicia el derrotero de atender y cuidar a su familia sin mayor auxilio que su esfuerzo personal, trabajando como costurera hasta largas horas de la noche entre otras ocupaciones.

De sus 33 años que le tocó vivir, más de veinte lo pasó como cualquier hijo de vecino sufriendo injusticias, miserias, hambrunas varias: éste no es un dato menor ni un vuelco literario para desentrañar las razones por las cuales Evita, la Santa del Pueblo, luchó con tanto ahínco para terminar con el hambre, la desprotección, el descuido de los chicos pobres que no tienen pan.

Veinte años en los cuales fue la escuela, fue traviesa, tuvo dificultades con las matemática, pero una fuerza arrolladora cuando de recitar o actuar se trataba, lo que le valió como primeras experiencias para convertirse en locutora y actuar en los radioteatros tan célebres y escuchados en esos momentos.

Sus compañeras de escuela la recuerdan como una amiga ejemplar, dicharachera, amistosa como la que más ejerciendo un liderazgo natural, un hecho que la acompañaría también en sus próximos años.

En esta segunda parte hemos intentado interpretar sus primeros años relacionándolos con los hechos que ocurrieran cuando María Eva se convirtiera en Evita. Pero más que una interpretación se nos ocurre que explican estas líneas las razones por las que se volcó del modo que lo hizo a la causa de los más humildes.

En última instancia, las personas somos un combo compuesto de pasado y presente: esto es también válido para quien supo reconocerse y reconocer a aquellos desheredados y olvidados de cualquier repartija de fortuna.

 

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