¡Cómo escribir sobrela Compañera Evita sin emocionarse! ¡Cómo hacerlo sin que se nos haga un nudo en la garganta con sólo recordarla recordando su obra!
¿Será posible hacerlo? ¿Puede acaso esa gran mentira de cierto periodismo escribir sobre la Abanderada de los Humildes en forma objetiva?
Además de considerar una falsedad tan solo el discurso de la objetividad, ésta no nos interesa.
Las figuras de Evita y dela Madre Teresade Calcuta exceden cualquier otro pensamiento, cualquier otra intención, cualquier otro devenir.
¿Qué pasa por una persona que en los últimos cinco meses de su existencia sabe que se va a morir?
¿Qué pasó por aquella diminuta damita que llegó de su tierra natal y en poco tiempo pasó a la historia dándole de comer a los chicos pobres que no tienen pan pero además educación, deporte, justicia y un poco o mucho de amor?
¿Sabía ella que estaba personificando en su propia vida aquella premisa que dice que el peronismo no es una ideología sino un sentimiento? Sí un sentimiento: el que sintieron los trabajadores porque “gracias a Perón le di de comer a mis hijas”, según me comentara mi finado suegro, un peón de campo que conoció la justicia con el peronismo y que luego disfrutara de la obra del General y de Evita aquí en plena ciudad.
Tiempo después Evita, La Mujer que cambió la Historia, seguramente sería un pilar básico para el Concilio Vaticano II, un hecho que dividió las aguas entre quienes negocian con la cruz y quienes son auténticos cristianos conformandola IglesiaTrascendental sobre aquella otra que es temporal.
El Concilio Vaticano II en efecto fue aquel que recreara por sus hechos el Mensaje de Jesús del mismo modo que Evita y Perón recrearon la nacionalidad y la justicia.
Fue en Plaza de Mayo cuando Evita se despidió de los trabajadores y ese día como en otros, las columnas llegaban hasta la actual calle Perú en su cruce con Avenida de Mayo, en plena ciudad de Buenos Aires.
Fue cuando el General lloró en público; cuando mirando a ala multitud que literarlmente cubría la actual calle Hipólito Yrigoyen pidió a sus grasitas que apoyen a Perón, que no la lloren, que quienes se sienten más que otros no son peronistas sino oligarcas.
Ese día cuando la multitud la lloraba cubriendo lo ancho de las avenidas lindantes, cuando la ciudad quedó chica ante la inmensa figura de quien se estaba despidiendo para volver y ser millones, ese día en pleno territorio porteño dejaba su mensaje eterno: “Renuncio a los honores, no a la lucha”, una frase que muchos, en el día de hoy deberían recordar y hacerla propia por sus hechos.
Poco tiempo después pasaba a la inmortalidad siendo velada en el Congreso, sí, en la Av. Rivadavia entre Entre Ríos y Combate de los Pozos. Llevados sus restos mortales las flores caían de cada balcón cubriendo su paso y al mismo tiempo, cubriendo las calles donde ella pasara.
Fue velada durante quince días, largos días, largas noches y a pesar de las inclemencias del tiempo, los pobres, los expoliados, los que conocieron la dignidad por la obra del General y Evita, se mantuvieron firmes con el único deseo de despedir sus restos y darle el último adiós a quien jamás iría a morir porque ni aún robado su cadáver, de estar eterna en el sentimiento del Pueblo, en el alma del Pueblo y quién dejó sus últimas horas combatiendo a los de adentro y a los de afuera, dejando como premisa también eterna aquella que decía que quien usa los cargos para obtener privilegios personales deja de ser peronista.
Evita muerta o viva, en un lugar o en otro sus restos mortales, su mensaje sigue vigente por todos aquellos que hicieron un acto de fe la expresión que vivenciara: «Donde existe una necesidad, nace un derecho» Y haberla hecho una realidad mediante lo cotidiano, también hizo que sea eterna.