Mónica Rubio, la periodista que en sus páginas de Barriada o su nueva creación Palermo Mio, nos esperanza sobre un periodismo auténtico nos ofrece una nota sobre un vecino quien supo amar y ser amado en la intersección de Scalabrini Ortiz y Santa Fe.
Le llamaban Pechito pero, antes de cobijarse bajo las estrellas del firmamento, había luchado denodadamente contra el consumo de drogas triunfando como solo los fuertes de espiritu y voluntad pueden hacerlo. Pechito amó y fue amado: por los vecinos, por sus perros que no abandonó jamás. Pudo aceptar alguna oferta de alojamiento aunque sea temporal, pudo alojarse en una pensión, pero como no lo dejaban entrar con sus perritos se quedó con ellos, sus compañeros de ruta, los amigos de siempre, quienes nos pueden enseñar amistad y lealtad, incluso compañerismo desintererado en una sociedad para nada afecta a estos valores y que se niega al desafío de ser persona ya que Dios nos hizo tan sólo hombres.
«Pechito falleció el 7 de septiembre pasado a raíz de una infección generalizada. Los vecinos alzaron una especie de altar con flores y mensajes de afecto y hasta organizaron un velorio simbólico tras su muerte; más tarde le instalaron una baldosa donde él siempre estaba. Fue una especie de placa recordatoria en esa esquina que para ellos siempre será de Pechito».
Todos los días se llegaba hasta un fuentón cercano y se higienizaba, él y sus perros, sus perros y él, por orden estricto de llegada que era como un compartir un amor mutuo, un compañerismo que no necesita ser hablado ni inventado pero sí sentido con el alma.
Luego regresaban a la misma esquina de siempre, a Scalabrini Ortiz y Santa Fe, a la vuelta de lo que es hoy una obra gigantezca pero que ayer era el cine del barrio.
No faltó día que alguien le acercara un infusión o un café con leche o ésta para sus canes que devoraban ansiosamente. Luego, recorría los negocios e incluso los edificios para ver quién lo necesitaba. Siempre alguien lo necesitaba y el gustoso como un gesto de devolución satisfacía el pedido de otro vecino como él.
«Ahora le dibujaron, en tamaño gigante, su rostro con un «gracias» en la pared, en un mural donde los vecinos intentan inmortalizar su mensaje.
El Banco Francés aceptó la propuesta para que ese dibujo se realice en la pared de su entidad, ya que ahí, en un costado, habitaba «Pechito» con sus pertenencias y sus dos perros»
Supo hacerse querer por todos en una medida de difícil cálculo porque los sentimientos se miden en amor y no en metraje.
Hoy sigue estando allí. Es parte de la Argentina Secreta para algunos. Es parte de esa palabra tan hermosa que es la solidaridad.
Cuenta Palermo Mio, tomando como fuente al diario La Nación:
Una de las vecinas cuenta a LA NACION que la idea surgió a partir de la necesidad de resignificar el lugar por dos razones: primero porque a los vecinos les resultaba muy doloroso pasar por ahí y no verlo (de ahí la necesidad de pintar la cara) y, por el otro lado, porque fue tal el fervor del caso que al banco le estaban llenando las pared.
¿Se pueden decir más palabras cuando el amor es más fuerte, cuando entre dos señores se elige el darse, el olvidarse de esta sociedad descartable del Don Pirulero?
Por supuesto que no.