Este es apenas un aporte que esbozamos acerca de los primeros tiempos de vida del Regimiento de Granaderos a Caballo “General San Martín”, que próximamente cumplirá 202 años de su creación. En realidad, no es que el Regimiento de Granaderos tenga 202 años de historia sino mucho menos, puesto que desde 1826 hasta 1903 el mismo estuvo disuelto. Dando crédito a la verdad histórica, Granaderos tiene al presente 124 años de vida (si sumamos sus dos etapas, 1812-1826 -14 años- y 1903-2013 -110 años-). Pero, numerología aparte, nadie puede discutir que su creador, el general José de San Martín, le ha otorgado a este cuerpo armado una mística que muy pocos han alcanzado en el mundo militar.
Origen militar francés
Una reiterada confusión etimológica se hace presente cada vez que se trata de distinguir a qué arma perteneció José de San Martín. La primera respuesta que surge, con súbita rapidez, es que el Libertador fue de Caballería, de allí que él haya comandado a los Granaderos a Caballo. Sin embargo, en sus orígenes y hasta bien entrado el año 1808, San Martín fue de Infantería. Su foja de servicio no miente.
Entonces, ¿por qué San Martín decidió armar un cuerpo de Caballería, ni bien puso un pie en Argentina? Y a este punto quería llegar, dado que muchos han dejado de lado el origen de los batallones o regimientos de Granaderos a Caballo que se formaron a lo largo de la historia del mundo, y cuya continuidad siguió, de alguna manera, con el cuerpo que creó el Libertador en 1812.
En 1667, se crean en tiempos del rey francés Luis XIV los Granaderos de Infantería, a quienes con el tiempo se los llamó “Enfants perdus” por la intrepidez de sus tareas durante las refriegas, consistentes en situarse inmediatamente por detrás de las columnas de asalto durante los sitios. Por esos años, los Granaderos (4 hombres en total) actuaban como apéndice de una compañía de Infantería de Línea, de allí la composición de su nombre: eran Granaderos de Infantería.
Cada granadero de Infantería portaba un saco al que llamaban granadera, el cual contenía 12 granadas o proyectiles huecos hechos de hierro fundido, de forma esférica, en cuyos orificios se colocaba la carga. Estas granadas eran arrojadas a mano, algunas veces con hondas. Este tipo de soldados tuvo alguna continuidad en el Río de la Plata: el Regimiento de Infantería 1 “Patricios” tuvo durante sus primeras décadas de vida una compañía de Patricios Granaderos, que unas veces fue a auxiliar a José Artigas, como cuando la batalla de Las Piedras (1811), o bien cuando los Patricios Granaderos del 1er. Batallón de Patricios de Buenos Aires defendieron las costas del río Paraná en la Vuelta de Obligado (1845).
En Francia, los Granaderos de Infantería tuvieron una valoración impresionante, más aún cuando este cuerpo de elite demostró sus formidables dotes guerreras en tiempos de Napoleón Bonaparte. Los granaderos infantes, que también portaban sable y hacha, pronto fueron imitados por otras potencias de Europa. Por ejemplo, Federico Guillermo I de Prusia llegó a formar a los Granaderos Prusianos. E incluso, la fama de los granaderos galos llegó a América: se dice que en los confines del Virreinato del Río de la Plata existió un cuerpo armado al que se lo denominó Granaderos Provinciales de Chuquisaca.
Como hijos legítimos de los Granaderos de Infantería franceses, en 1676 se formaron los Granaderos a Caballo, también por orden y decreto del Rey Luis XIV. Tomando la bien ganada posición de prestigio de sus “padres”, los Granaderos a Caballo pasarían a ser un cuerpo selecto de Caballería. Lo que es innegable aquí, es que los Granaderos a Caballo nacen de sus antecesores del arma de Infantería. Y por influjo de la estirpe de los granaderos de Caballería franceses, nacerían nuestros Granaderos a Caballo a comienzos del siglo XIX. Tal es así, que en documento oficial del 19 de marzo de 1812, Bernardino Rivadavia (secretario de Guerra del Primer Triunvirato) le comunica al jefe de Estado Mayor, don Francisco Javier de Viana, que “se forme la base y creación del expresado escuadrón (de Granaderos a Caballo) bajo los principios y maniobras de la nueva táctica francesa de caballería”.
Quien sepa de la rigurosidad que ponían los oficiales del regimiento creado por San Martín para la selección de su tropa en los años del Servicio Militar, entenderá mejor por qué subyace un origen galo en todo esto. Para lanzar las granadas de mano lo más lejos posible, los soldados que formaban parte de los Granaderos de Infantería de Francia debían ser robustos, altos y ágiles. Un granadero sanmartiniano escuálido o de baja estatura directamente no era tenido en cuenta, por lo que se lo derivaba hacia otras unidades.
Fue durante la etapa imperial de Napoleón que muchos uniformes de regimientos –entre ellos, el de los Granaderos a Caballo- se parecieron al que luego lucirían nuestros criollos Granaderos a Caballo, a excepción del distinguido morrión que en Francia no lo utilizaba ningún cuerpo.
Los Granaderos a Caballo franceses se extinguieron en 1830, después de haber vivido la gloria y la decadencia del Imperio tras Waterloo, y tras haber permanecido como custodios de la Guardia Real bajo los Borbones. En Lugo, España, recién apareció un regimiento de Granaderos a Caballo el 28 de octubre de 1811, dos meses después de la partida de José de San Martín de ese país.
Creación y oficialidad
Creado el Regimiento sanmartiniano el 16 de marzo de 1812, el mismo día en que por despacho oficial el futuro Libertador era ungido con el grado de “teniente coronel efectivo de Caballería”, al día siguiente comenzaron a perfilarse los nombres de quienes lo acompañarían en la oficialidad de la Plana Mayor. El propio San Martín inspeccionó con minuciosidad de relojero a los elegidos para ocupar tales cargos:
ESCUADRON DE GRANADEROS A CABALLO
PLANA MAYOR
COMANDANTE: teniente coronel de Caballería, Don José de San Martín.
SARGENTO MAYOR: Don Carlos de Alvear.
AYUDANTE MAYOR: Don Francisco Luzuriaga.
PORTA ESTANDARTE O GUION: Don Manuel Hidalgo.
Las autoridades castrenses del 1° Escuadrón de los Granaderos a Caballo fueron seleccionadas unas semanas más tarde, a lo largo del mes de abril de 1812, también bajo la atenta mirada de San Martín. En todos los casos, “aparecen los despachos del capitán D. Pedro Zoilo Bergara (español europeo) (21-IV-1812) para la segunda compañía, el teniente Agustín Murillo (español europeo) (24-IV-1812) y del subteniente Mariano Necochea (21-IV-1812) para la misma, del teniente José Bermúdez (24-IV-1812) y subteniente Hipólito Bouchard (24-IV-1812) para la 1° compañía…”, señala el teniente coronel Camilo Anschütz.
Queda expuesto en abundante documentación que hay sobre el tema, que algunos de los cabos y sargentos que revistaron en la primera formación de Granaderos a Caballo, eran veteranos del Regimiento de Dragones de la Patria, cuerpo de Caballería de Línea organizado a la sazón por el entonces coronel Rondeau. Asimismo, el sueldo de los oficiales y suboficiales debía ser el mismo que cobraban los Dragones.
Agrega Anschütz que “La organización, disciplina, instrucción, vestuario y equipo del personal, desde oficiales a soldados, corría por cuenta del jefe del regimiento”, es decir, por José de San Martín. El Primer Triunvirato, en el caso aludido, solamente tenía ingerencia en el decreto que anunciaba la creación del regimiento, como así también en “las autorizaciones para la entrega en los diferentes depósitos, de los elementos que solicitaba el jefe”.
De la primera estructura conocida del Regimiento de Granaderos a Caballo, se sabe que 4 hombres estaban en la Plana Mayor, que otros seis se repartían en partes iguales entre capitanes, tenientes y alférez, y que también había 5 sargentos, 1 trompeta, 3 cabos y una plaza para 31 soldados Granaderos.
Los 14 Patricios
Un antiguo chascarrillo militar discurre en cada ágape de camaradería, toda vez que la charla se circunscribe al origen del Regimiento de Granaderos a Caballo “General San Martín”. “¿Los Granaderos son hijos de los Patricios?”, se mofan unos a otros. En esa escueta pregunta se esconde una historia poco conocida.
Llegado el mes de mayo de 1812, todavía no había tropa para dirigir en Granaderos, por ende, todavía no había mandamientos ni subordinaciones salvo entre los propios oficiales y suboficiales. De no haber sido por los primeros catorce soldados “Patricios” de Infantería que se ofrecieron para vestir el chaleco y el morrión, quizás nunca hubiéramos conocido a los soldados rasos de la unidad sanmartiniana.
Para mejor entender esta parte de la trama, debemos remitirnos al momento en que se produce la Revolución de las Trenzas, episodio sangriento que tuvo lugar el 7 de diciembre de 1811, cuando, en medio de las sombras, fue destituido Cornelio Saavedra de la jefatura del Regimiento “Patricios” tras una misión que le fue encomendada al norte del país.
Enrique W. Philippeaux, así explicaba el origen del malestar que cundía en los viejos cuarteles del primer regimiento criollo, en la víspera de la Revolución de las Trenzas: “Concluía el año 1811 y en Buenos Aires gobernaba el Triunvirato surgido de un golpe de estado que en el mes de septiembre dieron los elementos más liberales, con Rivadavia a la cabeza, aprovechando la ausencia de Saavedra que en esos días había partido hacia el norte del país para hacerse cargo del ejército expedicionario que yacía desalentado tras los contrastes de Huaqui y de Sipe-Sipe. Rivadavia, que se había reservado el cargo de secretario del Triunvirato, logró la destitución de Saavedra y su posterior destierro a San Juan. Esta medida y otras más que los militares consideraron lesivas le ganaron al Triunvirato la hostilidad de los principales cuerpos, sobre todo el de los famosos Patricios de Buenos Aires”.
Para suavizar o disminuir la importancia de esta revolución o motín, se ha querido emparentarlo únicamente con el hecho de que los soldados “Patricios” no deseaban que les cortasen sus trenzas, otrora símbolo de hombría de los orilleros, los principales componentes sociales de que se nutría la gloriosa unidad de Infantería. Esa orden emanó del Triunvirato, primero, y del flamante jefe “Patricio” Manuel Belgrano, después, cuando éste “dispuso que los que se presentasen el día 8 de diciembre con la trenza serían conducidos al cuartel de Dragones y allí se los raparía”.
Igualmente, “no era sólo por las trenzas que los Patricios se agitaban –añade Philippeaux-, había antes que nada un gran descontento contra el gobierno surgido en el golpe de septiembre, y de esa inquietud participaban también los otros cuerpos de guarnición en Buenos Aires y que, por cierto, no usaban la coleta”.
La alarma y el descontento crecía entre los “Patricios”, donde sus sargentos, cabos y soldados estaban dispuestos cada vez más a sublevarse. El mismo día de la revuelta, un desesperado Feliciano Chiclana –componente del Triunvirato- se acerca al lugar en son de paz, expresando que la orden del corte de las trenzas quedaba sin efecto, y que el abogado Manuel Belgrano sería removido de la jefatura de la unidad patricia. Sostuvo, además, que no se labrarían actas de sumario contra los que querían sublevarse. En verdad, los componentes del Regimiento de “Patricios” querían la renuncia completa del Triunvirato y el regreso inmediato del brigadier general Cornelio de Saavedra.
Las piezas de artillería del cuartel estaban prestas en las bocacalles, lo que era una clara señal de que la empresa no iba hacia atrás. Hubo dos intentos más para conciliar las posiciones ese 7 de diciembre de 1811, ninguno con resultados positivos para las partes. La tardanza para reprimir a los “Patricios” tenía su razón de ser, por cuanto dos de las más aguerridas unidades de combate, como los Dragones y los Húsares de Buenos Aires, también estaban a favor del reclamo de los infantes.
El ataque contra la primera unidad criolla aconteció al mediodía, cuando José Rondeau, proveniente del sitio de Montevideo, donde su guarnición se componía de Dragones de caballería y batallones de Pardos y Morenos, abrió un tremendo poder de fuego que salía de los cañones apostados en las torres de las iglesias vecinas al blanco. La unidad de los ‘Patricios’ se encontraba donde hoy yace el Colegio Nacional Buenos Aires. Al cabo de unos minutos, se contaban en cien las bajas, de las cuales la mitad correspondía a los muertos.
Rivadavia se encargó de impartir los castigos contra los sublevados sobrevivientes el día 10 de diciembre de 1811, condenándose a muerte “a once clases y soldados de la unidad, de los cuales cuatro eran sargentos, tres eran cabos y cuatro soldados”. Al día siguiente, los cadáveres fueron exhibidos para la expectación pública.
La jornada del 2 de mayo de 1812, son destinados, por fin, los primeros soldados rasos para la recientemente creada unidad de Granaderos a Caballo por orden de San Martín. Así, pues, 14 ex soldados del Regimiento de Infantería “Patricios” que tomaron parte en la Revolución de las Trenzas, ya estaban dispuestos a “prestar nuevamente servicios en defensa del país en que nacieron”, por eso Rivadavia, Chiclana y el secretario Nicolás de Herrera “los declara libres de las penas a que estaban condenados, y destina al Regimiento de Granaderos a Caballo, etc.”.
El nombre de esos “Patricios” que vistieron el inmaculado uniforme de Granaderos a partir del 2 de mayo, fueron: Cosme Cruz, Juan Andrés Méndez, Pedro Antonio Vera, José Santos Ríos, Cornelio Gamboa, Toribio Páez, Ramón Salmiento, Juan Antonio Pereyra, José Pereyra, Agustín Rosales, José María Olmedo, Gregorio Arrieta, José María Portillo y Vicente Sueldo.
De este modo, a estos catorce Granaderos se les unirían los restantes soldados para completar las 31 plazas que tenía la unidad en sus albores. Sobre si los “Patricios” son los padres de los Granaderos, esa es una cuestión que sigue animando bromas castrenses y despertando la curiosidad del revisionista histórico.
Por Gabriel O. Turone
Bibliografía
Anschütz, Teniente Coronel Expedicionario al Desierto Camilo. “Historia del Regimiento de Granaderos a Caballo”, Tomo I, Círculo Militar, Buenos Aires, Agosto 1943.
Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado
Philippeaux, Enrique Walter. “El Motín de las Trenzas”.
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Ramos Pérez, Demetrio. “San Martín, el libertador del Sur”, Biblioteca Iberoamericana, Ediciones Anaya, Madrid, España, 1988.
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