Queríamos compartir con ustedes este poema de María Elena,
ahora que hacen tanta falta los abrazos, las ternuras y los aromas
La poesía es un curalotodo, que da a un país o galaxia, donde todo es posible, el encuentro con lo entrañable, lo que guardamos en un monedero donde la esperanza, la alegría del encuentro están. Lo hallamos con solo mirar el óvalo del espejo. Y hoy los invitamos de su mano, a entrar en aquel parque de aromas guardados. Gracias por siempre María Elena, Poeta.
Hago esto en memoria tuya.
Cuando llega el otoño pelo fruta
y rodeada de pellejos
vierto en heredado recipiente
pulpas filosofales
algún carozo que lo sabe todo
y progreso del agua y el azúcar.
La casa o vientre se llena de aroma
y aunque es fruta itinerante
y no de huerta propia
bastante bien parodia
aquella alquimia
cuyo secreto nunca me enseñaste,
madre guardadora.
Fabrico por antojo
dulzuras que obligada cometiste,
transmuto para no interrumpir
el linaje de los frascos
empezado hace tantas abuelas.
Obro por reverencia y no deber,
para que mueras menos
y sientas, pobre ausente,
que hago un reino de tu servidumbre.
Consagro con ademanes
de hechicera venida a menos
el fuego, el mismo fuego
que encendió Eva tras el Paraíso
y que cruzando el valle
sube hoy por astutas cañerías
como lágrimas a los ojos.
El almíbar me enseñó paciencia
y sacrosanta cuchara de madera
a ordenar olas subterráneas
sin prisas y con pausa
de palabras en la poesía.
Si no repito gestos
de autora de alimento
para gozo de alguna criatura,
si no copio de manos maternales
ritos de mis antepasados,
si toda magia compro hecha
y ya no me entretengo
en mandar de lo crudo a lo cocido,
si no pruebo y reparto,
pereceré.