Aquel 17 de octubre fue una fiesta en la ciudad primero y en todo el país después: una nueva experiencia social con sólidas bases humanísticas y profundamente cristianas, hacia su aparición en nuestra Patria.
En la misma que anteriormente quienes se sentían europeos condenados a vivir en América, jamás pensaron en una Patria Grande con un Pueblo Feliz. Todo lo contrario y las tantas represiones con asesinados, lo demuestran.
Aquel 17 de octubre de 1945 llegaban desde las hilanderías del barrio de Barracas, desde las fábricas de calzado de Villa Crespo, Chacarita y las empresas textiles de Villa Ortúzar y Palermo. Desde las refinerías de Berizo y Ensenada, desde el Docke, Luján, y desde cualquier otro punto imaginable: la Patria Sublevada como la llamó Scalabrini Ortiz.
Cuenta Leopoldo Marechal que veía pasar columnas de trabajadores ya sea caminando, en chatarras y de cualquier forma que sea.
Los de Avellaneda, Gerli y Lomas de Zamora llegaban abundando esas otras columnas rellenando hasta el agotamiento de cualquier espacio en la Plaza de Mayo. ¡Si hasta llegaron a subirse a los postes de luz y a los árboles!
¡Quedaría para siempre en la memoria y en las retinas de todo argentino lo que se vivió ese día!
Algunos de tanto trajín se mojaron los pies en la fuente de Plaza de Mayo y que valió los más gruesos e incomprensibles epítetos.
Eran los descamisados, los grasitas, los pobres que no tienen pan y quienes padecen el infortunio que los bienes que nos han sido entregados a todos, unos pocos se los apropien (Génesis en el Antiguo Testamento. Hacemos la salvedad que son textuales palabras en las Sagradas Escrituras y hará decir a San Ambrosio “Rico, dime lo que es tuyo. Lo que le das al pobre a éste le pertenece puesto que los bienes a todos nos han sido entregados y tú te los apropias”)
En Desarrollo de los Pueblos Paulo VI dirá que a nadie es lícito el uso individual de los bienes entretanto a otros les falta lo necesario para subsistir.
Hubo personas y partidos políticos que cayeron en el preconcepto de juzgar algo nuevo que estaba naciendo; algunos se aliaron con quienes arrojaron la primera bomba atómica y/o con las masacres de Stalin (quien había hecho un pacto con Adolfo Hitler, nada menos).
Ese día la ciudad se llenó de olor a trabajo. Todas las calles porteñas quedaron tapadas de olor a transpiración, de sudor de los trabajadores que reclamaban tan sólo alimentos para todos, justicia para todos, salud para todos, y si los peones del campo sin derechos, apaleados por los capangas y patrones que cuando iban a Europa se llevaban la vaca atada en sus barcazas.
Todo lo que vino después ya se sabe. Algunos siguen con los mismos planteos de entonces.
De hecho, muchos a quienes no se les reconoció derecho alguno pudieron ver hecho una realidad la expresión “Donde hay una necesidad, nace un derecho”
Ese día la Ciudad fue totalmente distinta a los días anteriores.
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