Si irse es partir y volver a volver, como lo definía Gabo Ferro, así está siendo su obra magistral, hecho de toda una vida dedicada a la literatura, vamos a esbozar su presencia en nuestras letras, entramos con mucho respeto por ellas, leyendo dos de sus frases: «La eternidad es una de las raras virtudes de la literatura » y su inmenso amor por ella que lo define en «Escribir es agregar un cuarto a la casa de la Vida».
Un creador de lo fantástico, un estilo con sello propio, donde la narrativa racionalista se conjuga con su sentido del humor y juega con la paradoja como una constante.
Este recreador del género fantástico, le dio impulso y fuerza a cada una de sus páginas, sin abandonar su estilo depurado y clásico.
Proveniente de una clase acomodada, hijo de Adolfo Bioy Casares y de Marta Casares, fue llamado Adolfo Vicente Perfecto Bioy Casares. Estudiaba lenguas por su cuenta, sin bastarle lo académico de una Facultad que no cubría sus anhelos ni visiones comienza fantásticas. Desde 1940 se editan sus libros, hasta su póstumo «De las cosas maravillosas» en 1999.
En 1932, se conocen con Jorge Luis Borges, en la reunión literaria de Victoria Ocampo, amistad que duraría 5 décadas, asomaba a la literatura Bustos Domecq, el renombrado dúo literario de dos genios. Esta dupla se termina cuando fallece Jorge Luis Borge, su amigo y socio, en 1986.
Marcadamente antiperonistas ambos escritores, es en la obra de Bioy Casares que hallamos un alegato contra la dictadura del 76 y la desaparición forzada. Los desaparecidos se nombran en su novela «La aventura de un fotógrafo en La Plata», escrita en 1985.
De su producción dejamos el título de su primera novela La invención de Morel, de 1940, El sueño de los héroes, de 1954, La trama celeste, 1948, Diario de la guerra del cerdo, 1969, Dormir al sol, 1973, Historias fantásticas, 1972, Con Jorge Luis Borges, Crónicas de Bustos Domecq, Plan de evasión, 1945, Los que aman odian, 1946, 1991, Una muñeca rusa, El Lado de la sombra, 1962, La aventura de un fotógrafo en La Plata, 1985, El perjurio de la nieve, 1944, Historias desaforadas, 1986, Historias de amor, 1986, Nuevos cuentos de Bustos Domecq, 1977, El gran serafín, 1967, Un campeón desparejo, 1993, El Paraíso y los Orilleros, 1955, Historia prodigiosa, 1961, El héroe de las mujeres, 1978, Adolfo Bioy Casares, 1963, La otra aventura, 1968, Libro del cielo y del infierno, 1960, De un mundo a otro, 1998, Una magia modesta, 1997, De jardines ajenos, 1997, entre otros.
Obra completa.
Unos días en Brasil, 1991, De las cosas maravillosas, 1999, Memoria sobre La Pampa y los gauchos, 1970, Un modelo sobre la muerte.
En 2006, se conoce Borges, de Adolfo Bioy Casares, el beneplácito que nos dejaba un genio sobre su amigo Jorge Luis Borges.
Fallece un 8 de marzo de 1999. Dejando su bonhomía, su don de la sonrisa y la amistad, que no se borraría en su apacible, querida figura. A mano de su poesía, su escritura y belleza, un viaje a lo inesperado, al aquí y ahora, al tiempo futuro. Al amor, al exquisito erotismo, al encuentro, al adiós…
Dejamos parte de un fragmento de Claves para un amor. Que lo disfruten amigos.
«Como a Johnson, un médico me diagnosticó surmenage y me remitió allí para una cura. Yo no creía en mi enfermedad; soy bastante fuerte y, francamente, nunca trabaje demasiado. Algo tenía sin embargo. De pronto me sobrevenía un temblor en las manos, una moderada alteración de calor y de frio, un levísimo sudor. Debo reconocer que estos fenómenos por primera vez fueron acompañados por una vaga, pero genuina y honda, sensación de beatitud, en aquel mismo día de la llegada, mientras alineaba los libros sobre la cómoda.
Procure entender esa beatitud. Me dije que hay un particular encanto, no exento de un matiz de tedio agradable, en los lugares de cura. Normalmente en los seres luchan dos tendencias, una, espontánea, que los induce a no hacer nada y la otra, inculcada en los primeros años, que los lleva a encontrar culpa en el ocio. Cuando parten del lugar de cura, la paz en el alma se ha restablecido; el ocio está sancionado por la autoridad indiscutible del médico; el sentido de la responsabilidad, por lo menos en su triple y desabrido carácter de afán por estar en el yugo, cumplir con el deber, dejar la obra, queda en suspenso; el hombre se encuentra en uno de esos raros momentos de la vida, como altos en el viaje, que la obligatoria ocupación es alimentarse, olvidar las preocupaciones, reposar, tomar sol. Que el mundo juzga esto necesario lo proclama el hotel del lugar, con su costosa, compleja, considerable realidad. De cada uno se desprende allí un poco de calma y de aburrimiento y todo está envuelto en un halo de indolencia, como una casita en una bola de cristal.
Una brisa entró por la ventana y estremeció las cortinas de cretona. Algo en mí también se estremeció. Para sacar fuerzas de la debilidad murmure le vent se lève, il faut tenter de vivre. De pronto cerré la peligrosa ventana. Después deje mi cuarto y partí a recorrer el hotel, que es muy grande, una suerte de monstruosa cabaña de piedra y de madera barnizada. Y, ¿cómo pude olvidarlo? de cuero dentro, totalmente de cuero. Aún hoy yo no veo sobre una mesa una de esas perfumadas cajas de cuero, sin una contracción de espanto. Que profusión, que lujo. En todo lujo palpita un íntimo soplo de vulgaridad; ocasionalmente, por mimetismo o armonía con algunos estilos – Luis XV, el Luis XVI –
no desentona, pero con qué ímpetu desborda la vulgaridad en el estilo rústico de los millonarios y de los hoteleros».
Te saludamos con tu frase, querido Adolfo Bioy Casares:
«Escribir es agregar un cuarto a la casa de la vida»