En 1996 fueron elegidos los delegados estatuyentes (luego autoproclamados “convencionales constituyentes”) encargados de redactar el estatuto organizativo de la futura ciudad autónoma de Buenos Aires (en adelante CABA); estatuto que debería contemplar, entre otros aspectos, el paso de funciones de la ciudad embudo cuyo eje es la plaza de mayo, la catedral, la Casa Rosada y la city de la bartola financiera en busca de un auténtica descentralización administrativa y política.
Sin embargo hasta el presente a duras penas se ha avanzado en términos de desconcentración de esas funciones. La diferencia entre ambos es donde reside el poder decisorio: ¿en la ciudad embudo o en el traspaso de algunas funciones a las comunas que deberían votarse prontamente (y que tardaron por la lamentable inoperancia de los gobiernos municipales desde entonces)?
Jordi Borja un municipalista español y especialista en el tema de descentralización demasiado citado y poco llevado a la práctica, expresó que la descentralización real y verdadera es cuando desde niveles inferiores se deciden políticas debido al traspaso de funciones de los niveles superiores.
En CABA se hizo todo lo contrario: el poder central no tiene la mínima intención –jamás la tuvo desde 1996- de desprenderse de funciones que permitieran expresar en hechos aquellos mandatos “constitucionales”.
Aquel Estatuto Organizativo –devenido por “voluntad divina” en Constitución- prontamente empezó por ésta y por pensamientos adversos a una real institucionalidad porteña a hacer agua por donde se la mirase.
Por error y omisión el puerto de CABA siguió siendo orientado por la Nación, tanto como el juego, la seguridad, la salud, el transporte, etc. existiendo breves traspasos de los poderes de la Nación a los municipios del área metropolitana que no dieron en el punto justo de las necesidades y exigencias que los tiempos requerían.
Así las cosas, la Ciudad le sigue enviando toneladas de desperdicios al conurbano quedando casi en el olvido aquello que se conoce como la ley de basura cero. Así las cosas, el estado penoso y lamentable de los hospitales públicos del conurbano producto de pensamientos administrativos obsoletos, provoca que los vecinos de más allá de la General Paz y el Riachuelo vengan a CABA porque en su distritos la atención es francamente lastimosa.
Así las cosas, los dirigentes políticos de CABA y del Gran Buenos Aires más que transferirles a los vecinos sus propias incapacidades para el manejo de la cosa pública, debe de una vez y para siempre, dejar la tarima de los discursos vacíos de contenido, olvidarse de sus reyertas partidocráticas y ofrecerle al vecino nuevas posibilidades en Educación, Salud, Vivienda y los derechos humanos hoy subalternizados más que tomarlo como variable de ajuste.
En este sentido, Nación y la ciudad metropolitana tienen la palabra.
Los hospitales públicos no pueden abastecer esas necesidades en su totalidad pero tampoco debe caer en retrógradas y arbitrarias concepciones que hasta podrían ser calificadas de medievales o cavernícolas.
Que primero están las necesidades de los vecinos y después los intereses sectoriales y políticos, es una premisa que jamás debería olvidarse como ocurre desde hace muchos años.