Gracias Berta Susana Brunfman nuestra querida escritora del Periódico La Chacrita de los Colegiales, gracias por compartir tu hermoso cuento, con la magia que te caracteriza siempre. Los Dulces de Franca logra hacernos viajar desde nuestras casas, recreando paisajes, colores, aroma de nuestro bello Bariloche.
Los Dulces de Franca esta incluido en la antología de cuentos sobre mujeres inmigrantes, Fundación Focos de acción social organizo presentar en la Feria del Libro, pero por cuestiones de la cuarentena no se realizara.
Aqui se los compartimos, espero que lo disfruten.
LOS DULCES DE FRANCA.
La historia que quiero contarles, se centra a principios del siglo xx y tiene como protagonista a Franca Venturini, una chica que como tantas otras no pudo elegir su destino, pero que igualmente al aceptarlo, logró dotarlo de magia y significado. Desde ya que no es mi intención anticipar detalles de esta historia, prefiero que lo hechos hablen por si mismos, hilvanando con hilo fino los momentos que en definitiva, construyen su totalidad.
Franca, jamás imaginó que su destino sería vivir en Argentina. Ella había nacido en Sicilia donde atestiguaba haber sido muy feliz. Allí, entre otras cosas, siempre le gustó preparar deliciosos dulces que hacían honor a una receta familiar que le había dado su madre, y que pasaba de generación en generación. Mientras estaba en la cocina, solía entonar antiguas canzzonetas y alguien, a veces, un hermano o un amigo, tomaba una guitarra y la acompañaba. Así era su vida en el pueblo donde vivió; los días se deslizaban como las aguas mansas de un río, sin sobresaltos, ni cuestionamientos que hicieran pensar en que existían otros caminos que conducían hacia la felicidad. Sin embargo empujada por asuntos que no tenían que ver directamente con su voluntad, Franca llegó un día a la Argentina, cuando se decía que en América, se trabajaba bien y se ganaba mucho dinero.
Cuando vivía en su pueblo, Franca sabía que por ella suspiraban muchos hombres, pero entre todos esos, ella ya había elegido al dueño de su corazón. El elegido era Enrico, de quien se había enamorado perdidamente. Los padres de Franca, no estaba de acuerdo con su elección. Consideraban que ese muchacho, no era el candidato ideal para hacer feliz a su hija, ya que se había hecho fama de bohemio, inconstante y soñador.
Enrico sin embargo, se animó un día a hablar con los padres de Franca. Les dijo que quería casarse cuanto antes con ella y dejar Sicilia por un tiempo. Decía que en Argentina, se podía trabajar bien y progresar. Era cuestión de tomar la decisión. Su deseo, como el de tantos compatriotas suyos, era juntar dinero y después volver a Italia. La impresión que les causó Enrico, cuando expuso sus planes, los hizo cambiar de opinión. Enrico, demostraba que no iba precisamente a la aventura. Allí en el Sur, tenía un hermano y un amigo que habían puesto un restaurant desde donde ofrecían, sabrosa, comida, a los comerciantes que estaban de paso por Bariloche, una ciudad, que crecía diariamente.
La última en enterarse sobre la decisión que se había tomado sobre ella, fue Franca, quien manifestó su enojo alegando, que no quería dejar Sicilia. Decía que le costaba separarse de su familia, de sus amigos. Sobre todo sentía que se le desgarraba el corazón sabiendo que estaría tan lejos de su madre. El dinero no era para ella ningún motivo que la impulsara a querer dejar Italia. Pero Enrico le habló mucho, hasta que finalmente, la convenció. Él, estaba dispuesto a viajar, y no pensaba irse solo.
Fue todo muy rápido para Franca, el casamiento, la despedida, el viaje en barco.
Con la pareja iba un primo de Franca, que decidió quedarse en Buenos Aires
-Bariloche, e una cita molto fredda-decía aquel muchacho, después de haber conversado con marineros del barco. Prefería encontrarse con un paisano suyo, que le había dado su dirección pidiéndole que fuera a verlo, si viajaba a la Argentina.
En caso de que su amigo, no le ofreciera nada interesante, elegiría reunirse después, con ellos, en Bariloche.
Franca pensó que también le iba a resultar difícil acostumbrarse a un clima tan frío, hubiera deseado seguir los pasos de su primo, pero su suerte ya estaba echada. Los esperaban, y debían seguir viaje.
El arribo a BARILOCHE, que cautivaba con sus bellos panoramas, pero que eran distintos, muy distintos a los paisajes de su amada Sicilia, obligaron a Franca a aceptar las condiciones de su nueva vida, que cada día la sorprendía agregando inesperadas circunstancias. Mientras tanto la promesa de Enrico con respecto a regresar ni bien juntara el dinero que deseaba reunir, la tranquilizaba por momentos.
Franca y Enrico, vivieron en una habitación trasera del restaurant. Todas las construcciones eran de madera. A Franca, le pareció que su nueva casa iba a deshacerse con el viento, pero fue dándose cuenta que esa aparente, frágil construcción, resistía más, de lo que imaginaba. De todas maneras, se sentía presa, en esa casa de madera que poseía una ventana muy chica, que debía mantenerse siempre, bien cerrada.
Enrico, trabajó con sus nuevos socios, y Franca, ayudaba en algunas tareas junto con su cuñada y la mujer del otro socio, dos mujeres que vestían siempre de negro, que sonreían poco y hablaban menos. Franca, no parecía caerles muy bien a esas dos mujeres que vivían con un trapo en la mano, fregando, y obedeciendo a sus maridos.
Cuando todos dormían la siesta, Franca, aprovechaba para escribir cartas a su familia. Sentada en la galería de la casa desde donde se veía el inmenso bosque y un cielo majestuoso, pasaba varias horas escribiendo, y algunas de esas cartas, que iban destinadas a su madre, ni siquiera, las enviaba. Franca sentía que escribir esas cartas, era solo una manera de hablar con ella, desafiando las distancias.
Una de esas tardes, Franca se sorprendió al ver que se le acercaba Alen, una chica Mapuche, que ayudaba en la cocina. Desde un primer momento, le había llamado la atención la presencia de Alen, en el restaurant. Pensaba que era muy jovencita como para estar allí todo el día. Era raro que una chica de su edad no tuviera amigos, amigas y además, ¿dónde estaba su familia? Su cuñado despejó sus dudas al contarle que había aparecido con un tío, hacía más de un año. El hombre dijo que era huérfana, que las cosas no andaban bien y quería buscarle trabajo y vivienda a su sobrina. Sabe limpiar bien dijo el tío, y también cocina como los dioses…
Esa tarde, cuando se acercó a Franca, Alen, quería saber que estaba haciendo allí sola. Dijo que la sentía triste, y que la tristeza, que duraba mucho tiempo, no era buena compañera. Su abuela, una mujer sabía que había sido habitante de esa región, le había enseñado que no debía estar triste, porque la tristeza era como una ráfaga de viento que se quedaba en el corazón, enfermando, a quien la dejaba entrar. Franca de pronto se confesó y haciéndose entender cómo podía, contó que extrañaba a su familia, a sus padres, a sus hermanos, sus tíos.
Alen y Franca, comenzaron a encontrarse por las tardes. Entenderse les llevó un tiempo, pero lo hicieron posible.
Alen, contó que conocía los misterios del bosque. Sabía el nombre de los árboles, el de las plantas, el nombre de los pájaros, las leyendas de los lagos. Franca le dijo que en Sicilia, tenía una casa donde crecían algunos árboles que daban frutos. Solo bastaba con alzar una mano, para tomar una rica fruta, y deleitarse. Alen también dijo, que adentro del bosque, había árboles que daban frutos, algunos eran comestibles y otros no. Ella sabía, cuales, se podían comer .Su abuela, le había contado esos secretos, llevándola al bosque. También le había dicho que antes de que llegaran los conquistadores, todo tenía otro nombre y significado, y para que las tradiciones no se perdieran, para que nunca se olvidaran, los más grandes tenían que contarles a los más chicos, como había sido la vida cuando eran dueños de su tierra.
Franca se sintió atraída por las historias que narraba Alen. Deseaba conocer esos árboles de los que hablaba. Le urgía saber cuáles eran, conocer sus nombres, probar, la exquisita pulpa que daban sus frutos. Sicilia comenzaba a alejarse, la inmediatez de los paisajes del Sur, la convocaban junto a la necesidad de dejarse llevar por quien se revelaba, como una gran conocedora de muchos secretos de aquella región.
Así fue como juntas, se acercaron al bosque en busca de esos nutrientes árboles y como Franca, regresó a su casa, cargando en su pañoleta, un gran número de frutos que nunca había probado. Con ayuda de Alen, en la cocina, trabajó varias horas, consiguiendo de esa forma preparar los sabrosos dulces, que le habían dado fama en su tierra, claro que, con sabores diferentes.
Por primera vez, desde que había llegado a Bariloche, Franca, tuvo deseos de cantar y lo hizo a viva voz.
Enrico, sus socios y sus mujeres, despertaron de la siesta, olfateando un aroma exquisito que los acercó a la cocina. Cuando probaron los deliciosos dulces que Franca había preparado con ayuda de Alen, los socios estuvieron de acuerdo en que esos dulces, debían comercializarse y que el nombre del producto sería, LA FRANCA. Desde entonces, no hubo quien, no pasara por ese lugar de Bariloche con intención de llevarse consigo, un tarro del exquisito dulce cuyas cualidades, se iban conociendo, de boca en boca.
Preparar esos dulces, que llevaban su nombre, era para Franca, revivir de alguna manera esas tardes en las que junto a su madre, recibía un valioso legado.
A medida que pasaba el tiempo, Franca, fue comprendiendo que se hacía muy difícil pensar en el regreso. Escuchaba hablar de una guerra, que parecía ser inminente, y que traería muerte, hambre y desolación. Su panza comenzaba a redondearse, anunciando que tendría un hijo. Enrico, sostenía que había que esperar, no era momento de pensar en volver a Italia.
Una tarde, Enrico volvió con una carta que iba destinada tanto a él como a su mujer. Estaba abierta, indicando que ya había sido leída. Franca, no necesitó preguntar que decía esa carta. Los ojos llorosos de Enrico, y sus temblorosas manos, le permitieron adivinar el contenido e inmediatamente, dando rienda suelta a su llanto, sostuvo: la mamma e morta.
Franca tomó la carta entre sus manos, subió a su cuarto y la rompió en pedazos, lo mismo hizo con los sobres y las hojas que estaban adentro de un cajón. Después se recostó un rato, y cuando despertó, bajó a la cocina con deseos de tomar un café caliente. Allí en la cocina, estaba Alen, quien esperó a que terminara su café para llevarla después hasta el bosque.
-Elija un árbol, Franca- ordenó Alen, reforzando lo que decía con el improvisado idioma gestual que le permitía hacerse entender-Elija el árbol que más le guste, será su árbol, y cuando sienta mucha angustia dentro de su corazón venga al bosque y búsquelo, abrácese a él y la angustia, se va a calmar, no se irá, pero ya no se hará sentir como puñales, clavados en el pecho.
Y Franca obedeció, y se abrazó a un árbol muy alto, que la dejó estrechar su pecho contra la rudeza de su tronco, que en ese momento se volvió receptor de su tristeza, aplacándola.
En días sucesivos, Franca continuó yendo sola al bosque para abrazarse a su árbol. La tristeza no se iba, pero en cambio sentía, que ese momento mágico, le permitía unirse a la naturaleza, y eso, le hacía bien.
Una semana después, cuando Franca hacía unas tareas en el restaurant, aparecieron dos muchachos que pedían hablar con la señorita Alen. Preguntando quienes eran, supo que se trataba de sus hermanos. Ellos decían que la estaban buscando para llevarla de nuevo con la familia, las cosas habían mejorado y deseaban que regresara. En realidad, confesaron que nunca estuvieron de acuerdo en dejar a su hermana sola, en una casa ajena tanto tiempo y por eso, venían a buscarla. Franca los hizo pasar, y les preparó café. Les dijo que Alen volvería en un rato. Cuando conversaban, Franca se animó a explicarles que no quería desalentarlos, pero que era poco probable que Alen deseara regresar con ellos, estaba bien, trabajaba, nadie la molestaba. Alen, era como una hermana para ella. ¿Por qué querría irse? Sin embargo Alen, contrariando a Franca, se emocionó intensamente al ver a sus hermanos y después de abrazarlos y conocer las intenciones que traían, fue rápido a su cuarto a juntar sus pocas pertenencias con deseos de irse con ellos. No se daba cuenta que Franca, con lágrimas en los ojos, se mantenía en un rincón, observando lo que sucedía. Al notar a Franca en ese estado, antes de irse, Alen se acercó a ella y acariciándola, le explicó que pronto vendría a visitarla, que nunca dejaría de hacerlo, por más lejos que estuviera.
Los socios del restaurant, también se despidieron de Alen, deseándole buena vida.
Y así fue como Alen volvió con su familia. Al poco tiempo comenzó a trabajar con quien sería después su marido, un muchacho que fabricaba artesanías que vendía en el centro de la ciudad. Tuvo dos hijos, igual que Franca, quien quedó embarazada de mellizos. Alen cumplió con su palabra y visitaba a Franca de tanto en tanto, a pesar de sus obligaciones, de su trabajo. Juntas, se sentaban a tomar mate en la antigua galería donde habían iniciado sus conversaciones y recordaban muchas cosas al encontrarse, como por ejemplo, cuando las dos se sumergían en el bosque, descubriendo los misterios de sus ocultas ofrendas. Franca y Alen, fueron dándose cuenta que atravesar distintas formas de exilio, las había unido para complementarse de alguna manera, dando sentido a sus vidas, y para así poder seguir siendo, quienes eran realmente.
Cuando se iba, Alen, cargaba una bolsa que Franca se encargaba de llenar con frutas, conservas, galletas, y algunos frascos de dulce, que ya no preparaba sola, sino con otros empleados, según contaba, aunque su marido deseaba comprar unas máquinas que facilitaban la producción, mientras que ella se oponía, porque seguir siendo, quien se ocupaba de hacer esos dulces, la ayudaba a vivir.
Alen se negaba a llevar la bolsa que Franca le daba.
-No, no necesitamos nada. No quiero llevar esa bolsa Franca. Si allá donde vivo, estamos bien.
Pero Franca, ignorando los reclamos de Alen, no dejaba que se fuera sin su bolsa, conteniendo tantas cosas que le harían falta y que además, entregaba con amor.
Franca, comenzaba a extrañar a su entrañable amiga, ni bien se iba de su casa. La veía alejarse con paso suave, permitiendo que el viento hiciera flamear su melena azabache, y entonces, no dejaba de saludarla a los gritos: Alen, Alen, hasta pronto! exclamaba, soltando algunas lágrimas. Cuando la pequeña silueta se desdibujaba entrando en sombras, Franca, regresaba a la casa. Comprendía entonces, que nunca podría dejar de agradecer a quien alguna vez, se sentara a su lado, logrando encender su corazón, a quien con paciencia y esfuerzo, la ayudó a transformar, su rebelde tristeza.
Berta Susana Brunfman.