Entendemos por “desafío del Paco” a la situación generada en nuestra sociedad, a partir de la irrupción de esta droga, en el contexto de las villas urbanas y otros barrios marginales, afectando a la población más excluida y vulnerable de nuestra Patria.
Sobre este tema, hemos expresado nuestra opinión de varias formas y de manera formal en dos documentos:
1) La droga en las Villas: Despenalizada de hecho
Miles de mujeres y de hombres hacen filas para viajar y trabajar honradamente, para llevar el pan de cada día a la mesa, para ahorrar e ir de a poco comprando ladrillos y así mejorar la casa. Se va dando así esa dinámica linda que va transformando las Villas en barrios obreros. Miles y miles de niños con sus guardapolvos desfilan por pasillos y calles en ida y vuelta de casa a la escuela, y de esta a casa. Mientras tanto los abuelos, quienes atesoran la sabiduría popular, se reúnen a la sombra de un árbol o de un techo de chapa a compartir un mate o un tereré y a contar anécdotas. Y al caer la tarde muchos de todas las edades se reúnen a rezar las novenas y preparar las fiestas en torno a las ermitas levantadas por la fe de los vecinos.
La contracara, el lado oscuro de nuestros barrios, es la droga instalada desde hace años, quizás con más fuerza desde el 2001. Entre nosotros la droga está despenalizada de hecho. Se la puede tener, llevar, consumir sin ser prácticamente molestado. Habitualmente ni la fuerza pública, ni ningún organismo que represente al Estado se mete en la vida de estos chicos que tienen veneno en sus manos.
Ante la confusión que se genera en la opinión pública con la prensa amarilla que responsabiliza a la Villa del problema de la droga y la delincuencia, decimos claramente: el problema no es la Villa sino el narcotráfico. La mayoría de los que se enriquecen con el narcotráfico no viven en las Villas, en estos barrios donde se corta la luz, donde una ambulancia tarda en entrar, donde es común ver cloacas rebalsadas. Otra cosa distinta es que el espacio de la Villa –como zona liberada- resulte funcional a esta situación.
La vida para los jóvenes de nuestros barrios se fue tornando cada vez más difícil hasta convertirse en las primeras víctimas de esta despenalización de hecho. Miles arruinados en su mente y en su espíritu se convencieron que no hay posibilidades para ellos en la sociedad.
Por otra parte profundamente ligado al tema de la droga se da el fenómeno de la delincuencia, de las peleas, y los hechos de muerte violenta (“estaba dado vuelta”). Esto nos hace tomar conciencia de otro gran tráfico que hay en nuestra sociedad que es el tráfico de armas, y que visualizamos como fuera de control. Cuando vemos muertes causadas por menores adictos, también nos preguntamos ¿quién es el que pone el arma en manos de los menores? De este espiral de locura y violencia las primeras víctimas son los mismos vecinos de la Villa.
La destrucción pasó como un ciclón por las familias, donde la mamá perdió hasta la plancha porque su hijo la vendió para comprar droga. Estas familias deambularon por distintas oficinas del Estado sin encontrar demasiadas soluciones año a año. Toda la familia queda golpeada porque su hijo está todo el día en la calle consumiendo. Asombra ver como ese niño que fue al catecismo, que jugaba muy bien en el fútbol dominguero, hoy “está perdido”. Causa un profundo dolor ver que esa niña que iba a la escuela hoy se prostituye para fumar “paco”.
La despenalización de hecho generó inseguridad social. La raíz de la inseguridad social hay que buscarla en la insolidaridad social.[1] A poco que nos pongamos a la luz de Palabra de Dios, descubrimos que como sociedad no nos hemos movilizado suficientemente ante el hecho dramático del hambre de los niños, que da lugar a adolescentes débiles física y mentalmente. Con madres y padres angustiados sin trabajo o changas mal remuneradas. A los que les resulta más difícil entusiasmar a sus hijos con actividades en clubes y cursos o cualquier otra forma positiva de ocupar el tiempo, ya que no cuentan con el apoyo y el dinero necesario. Se generan así situaciones infrahumanas aprovechadas a su vez, por los gananciosos distribuidores de droga.
Como sacerdotes y vecinos de estas barriadas humildes, sentimos la llamada evangélica de acompañar a aquellos niños, adolescentes y jóvenes que en gran cantidad se encuentran en este infierno de la droga y a la vez de exhortar a la conversión a los que pisotean la dignidad de los mismos de esta inescrupulosa manera, avisándoles que Dios y la Virgen les van a pedir cuentas.
Ahora escuchamos hablar de despenalizar en el derecho el consumo de sustancias. Nos preguntamos: ¿ministros y jueces conocen la situación en nuestros barrios? ¿Han dialogado con el hombre común de la Villa? ¿Se han sentado a elaborar con ellos proyectos liberadores –la droga esclaviza- o simplemente se piensa en implementar recetas de otras latitudes?[2]
¿Cómo decodifican nuestros adolescentes y jóvenes el mensaje: se puede consumir libremente, por ejemplo cocaína?
Algunas propuestas
Cuando un cura se acerca y saluda a los chicos y chicas que están en los pasillos de consumo, en esos lugares de tristeza y desesperación, recibe generalmente preguntas y pedidos de este tipo: “¿Dios a mí me ama?” “¿Me voy para arriba o para abajo?” “Padre me da la bendición de Dios”. “¿No me ayuda a salir de este lugar?, no aguanto más esta vida”…
Apoyándonos en el Evangelio de Jesús nosotros creemos que cada persona es sagrada, cada una tiene una dignidad infinita, ninguna vida está de sobra.
Por eso nos resistimos a mirar esta realidad social desde los papeles de las estadísticas, desde los fríos números. Desde esta perspectiva un adolescente que comienza hoy a consumir paco, es sólo uno más. ¿Qué importancia tiene esto si no afecta a los números y estadísticas que aletargan nuestra conciencia y nuestro compromiso? Tal vez esta mirada se inquieta si los números crecen demasiado, nada más.
Nosotros queremos intentar mirar la realidad desde el corazón de Dios. Es que Dios no quiere que ninguno de sus hijitos se pierda, para todos quiere una vida plena.
Por eso sin ser expertos en la materia, aunque con cercanía diaria con esta realidad, acercamos algunas propuestas-intuiciones en base a las cuales estamos trabajando. De hecho en varias Villas venimos transitando distintos caminos de prevención, recuperación y reinserción; de acuerdo con cada realidad y con las posibilidades que contamos.
Prevención
No hay que ser ingenuos, la tríada hambre-criminalidad-droga es demasiado fuerte. Frente a esta dramática situación tenemos que tomar conciencia de que hay que realizar un trabajo de prevención sistemático y a largo plazo.
Nos parece que se trata principalmente de crear ámbitos de contención y escucha de nuestros niños, adolescentes y jóvenes -en este sentido no es menor todo lo que se haga para fortalecer a sus familias-. Ámbitos de recreación y de construcción de un proyecto real para su vida. La verdad es que se logra poco con el no a la droga sin un fuerte sí a la vida.
Muy unido al tema del consumo de droga, tal vez como una de sus grandes causales esta la falta de sentido, de un horizonte hacia el cual caminar. El aburrimiento, el tedio, el no tener que hacer, van minando la pasión por la vida y donde no hay pasión por ella, aparece la adicción. El gran trabajo de prevención nos parece que tiene que tener como eje el mostrar que la vida tiene sentido. Por eso nos parece que las adicciones son principalmente enfermedades espirituales, sin negar obviamente su dimensión biológica y psicológica.[3] Una persona espiritualmente saludable está convencida de que la vida merece vivirse, le encuentra sentido a lo que hace, tiene la “alegría de vivir”.
Nuestro país tiene una enorme deuda social. “La deuda social es también una deuda existencial de crisis de sentido de la vida: se puede pensar legítimamente que la suerte de la humanidad está en manos de quienes sepan dar razones para vivir”[4].
El sentido de la vida se adquiere por “contagio”, los valores se descubren encarnados en personas concretas, por eso, la importancia fundamental de generar en nuestros barrios líderes positivos que puedan trasmitir valores vividos por la fuerza de su testimonio.
Tenemos por otro lado que aprovechar los ámbitos que existen y que son naturalmente lugares de prevención, como por ejemplo la escuela. “La escuela es el principal mecanismo de inclusión. Quienes se van de la escuela pierden toda esperanza ya que la escuela es el lugar donde los chicos pueden elaborar un proyecto de vida y empezar a formar su identidad. En la actualidad, la deserción escolar no suele dar lugar al ingreso a un trabajo sino que lleva al joven al terreno de la exclusión social: la deserción escolar parece significar el reclutamiento, especialmente de los adolescentes, a un mundo en el que aumenta su vulnerabilidad en relación a la violencia urbana, al abuso y a la adicción a las drogas o al alcohol. Si bien la escuela puede no lograr evitar estos problemas, la misma parece constituir la última frontera en que el Estado, las familias y los adultos se hacen cargo de los jóvenes, en el que funcionan, a veces a duras penas, valores y normas vinculados a la humanidad y la ciudadanía y en el que el futuro todavía no ha muerto.” [5]
Por eso no hay que quedarse en el mero demandar cosas a la escuela en general y a los docentes en particular, sino que hay que apoyar decididamente su fundamental labor. La educación es un camino real de promoción por eso son necesarias más escuelas y mayor presupuesto para educación en los barrios más pobres de la ciudad.
Nos parece conveniente proponer la posibilidad de que se dicte una materia específica de prevención de adicciones ya desde la primaria, tal vez desde el preescolar. No nos referimos a esa prevención que explica el tipo de drogas, o como se consumen etc. Nos parece más conveniente un tipo de prevención que transmita a los chicos que tenemos vida y esta vida es sagrada y por eso tenemos que aprender a cuidarla. Hay material elaborado a partir de experiencias en zonas de alta vulnerabilidad social que se puede utilizar.[6] Si fuera necesario, la delicadeza del tema amerita un proyecto de ley en la legislatura que al aprobarse posibilite el dictado de la misma.
El abordar la tarea de la prevención de las adicciones requiere un trabajo hecho con esperanza, con la confianza audaz de que es posible crear ámbitos sanos y dichosos que ayuden a curar las heridas. “A quienes dicen ‘trastornos precoces efectos durables’ se les puede responder que los trastornos precoces provocan efectos precoces que pueden durar si el entorno social y familiar los convierte en relatos permanentes.” [7]
Mirar con esperanza esta difícil situación que vivimos en nuestros barrios nos aleja de una mirada fatalista. Por otro lado nuestra fe católica nunca dijo que algunos están predestinados a vivir bien y otros a la miseria. Nuestra fe lee esta situación como una situación de pecado que clama al cielo y que llamamos pecado social. Esta situación de injusticia se contrapone al proyecto de amor del Buen Dios. Con humildad pidamos perdón al Señor por nuestra complicidad manifestada de tantas maneras y pidámosle la gracia de poner todo lo que esté de nuestra parte para transformar esta dolorosa realidad.
Recuperación
Cuando las estadísticas nos dicen que son demasiados niños, jóvenes y adultos que fuman pasta base, tengamos por seguro que llegamos tarde. La pregunta es: ¿queremos seguir llegando tarde? Son personas, seres humanos que mueren o quedan con una vida hipotecada. Por ellos hay que hacer algo ya. Aunque sólo salvemos a uno.
Pedagogía de la presencia
El primer paso es acercarse a los chicos, no esperar a que estos golpeen las puertas de nuestras instituciones. Este primer paso es a la vez una afirmación de la dignidad de estas chicas, de estos chicos, del valor sagrado de sus personas; no son vidas que ‘estan de sobra’, que molestan, o que afean nuestros barrios. Este primer paso es acercar el corazón. Corazón que se acerca es corazón que ve y se deja tocar por este doloroso grito y por eso se pone a su escucha. El hábito de la escucha no es algo común en nuestros días y es esencial para un verdadero encuentro. Si escucháramos más, seguramente el nivel de violencia que vivimos bajaría notablemente
Ponerse a la escucha no es buscar que rápidamente acaten las pautas sociales. A veces queremos que rápidamente cumplan normas, que respeten derechos para entrar en sociedad, cuando como sociedad no les hemos respetado sus derechos más elementales.
Acercarse, caminar los barrios, escuchar, encontrarse es el primer paso imprescindible.
Adaptar nuestros programas e instituciones a la realidad y no la realidad a ellos.
La burocracia expulsa, pone trabas (excesivas entrevistas y requisitos), en definitiva pone en riesgo la vida de muchas personas. Además muchas veces la realidad de los procesos de recuperación está marcada por los números-dinero (becas por un año, ese sería el tiempo de recuperación), dejando a un segundo plano los procesos personales.
Por consiguiente teniendo en cuenta el proceso de cada persona hay que discernir que camino de recuperación proponerle: atención ambulatoria en un centro de día; internación en una comunidad terapéutica, etc.
Por otro lado es necesario adaptarse a la realidad de los más pobres. Por ejemplo se da el caso de mamás que consumen y no tiene con quién dejar a sus hijos; hay que plantearse entonces la posibilidad de que ingresen juntos en un mismo lugar.
Hay que poner el centro de nuestro esfuerzo en adaptar nuestros programas e instituciones a la realidad y no la realidad a ellos; creando ámbitos que rompan las cadenas invisibles que esclavizan a nuestros adolescentes y jóvenes.
Hoy vivimos la cultura de la imagen. De muchas maneras se busca tener cautiva nuestra mirada. Si esto se logra en gran parte se adueñan de nuestra vida.
A veces se busca transmitir la idea de que: ‘estamos trabajando fuertemente en la lucha contra la droga’. Es así que por ejemplo se abre un solo centro de recuperación para toda una ciudad y se empapela la misma para dar una buena imagen. Si se da imagen de algo que no es, que en realidad se está haciendo insuficientemente, no solo se corre el riesgo del autoengaño, sino que quedan vidas en el camino.
En relación a esto último hay una responsabilidad grande de los publicistas y de los medios de comunicación en general, valga como ejemplo este verano: Por un lado la propaganda de una bebida alcohólica en la playa que al parecer era sinónimo de plenitud y alegría, por otro lado la realidad de la violencia como consecuencia del exceso de alcohol en muchos jóvenes en la costa.
Tal vez esto sea una llamada de atención para que veamos que como sociedad estamos dejando muy solos a nuestros adolescentes y jóvenes. No les enseñamos que hacer frente al aburrimiento, la tristeza, la bronca o la soledad, etc. No les mostramos que no hay que encontrar “algo” para combatirlas sino encontrar a “alguien” con quien compartir y hablar de lo que les pasa. Hablar y compartir con “alguien” que los puede ayudar es lo contrario a la adicción.
El mundo adulto no puede ausentarse, no puede desproteger a los niños/as y adolescentes. La justicia debe proteger a esos chicos que tienen su libertad muy condicionada; prueba de ello es que dinero que consiguen va a parar a aquellos que no les importa nada de sus vidas y les ponen veneno en sus manos. La justicia tiene que tenderle la mano a esas mamás que desesperadas no saben como ayudar a sus hijos.
Pensar en el después del camino de recuperación.
No alcanza con el pago de una beca de tratamiento. Hay jóvenes que no pueden volver a sus barrios -cerca de su casa se compra y se consume libremente droga- se da una suerte de factor cuasi-biológico que favorece la recaída en el consumo. La no conveniencia de la vuelta al barrio es señalada reiteradamente por muchas familias que los aman y acompañan. Tenemos que ir tejiendo con ellos una propuesta de real reinserción social. Desde el elemental derecho a la identidad o sea que accedan a sacar su documento hasta una salida laboral y un lugar para vivir con dignidad.
Sabemos también que muchos jóvenes que hoy están privados de su libertad han cometido delitos a causa del consumo de droga. En ese caso hay que replicar las experiencias que tratan su adicción; utilizándose así positivamente el tiempo en prisión para que al salir puedan reinsertarse en la sociedad. De alguna manera este también es un trabajo de prevención.
Por último ponemos bajo la protección y el cuidado de la Virgen de Luján, Madre de nuestro Pueblo, a las familias que en nuestros barrios sufren el flagelo de la droga.
Equipo de Sacerdotes para las villas de emergencia
Arzobispado de Buenos Aires
Ciudad Autónoma de Buenos Aires, 25 de Marzo de 2009.
[1] Cf. Mons. Miguel Esteban Hesayne. Jesús, el Reino y la inseguridad. Homilía del 32º domingo durante el año (9/11/ 2008)
[2] Mons. Jorge Lozano: “Hemos escuchado con preocupación a algunos funcionarios manifestándose abiertamente por la despenalización del consumo de drogas. Se argumenta que no se quiere criminalizar al adicto, ponerlo en el mismo nivel de delito que al narcotraficante. Excelente intención. Pero ¿se logra el propósito andando ese camino? ¿La legislación actual penaliza al consumidor? No. La ley 23.737 establece que cuando la tenencia es para uso personal y hay una “dependencia física o psíquica” de la sustancia, el juez puede imponer una “medida de seguridad curativa, consistente en un tratamiento de desintoxicación y rehabilitación por el tiempo necesario”, por lo que deja en suspenso la pena que le pudiera corresponder.
Considera al consumidor como una persona enferma (no un delincuente) y manda a proveerlo de un tratamiento de desintoxicación y rehabilitación. La despenalización del adicto ya está en vigencia.” Artículo periodístico publicado en el Diario La Nación sobre la posible despenalización del consumo de drogas para consumo personal. (29/12/ 2008
[3] Nos parece muy iluminador el trabajo de López Rosende Juan Manuel. Huérfanos de amor. Trastornos psicológicos y espirituales. Editorial Dunken. Buenos Aires, 2008.
[4] CEA. Hacia un bicentenario en justicia y solidaridad. (2010-2016) Nº 25
[5] Card. Jorge Mario Bergoglio S. J. Carta pastoral sobre la niñez y adolescencia en riesgo. (1/10/05 )
[6] Por ejemplo: Aldo Tamai- Claudia Betancour. Promoción de la Salud para niños en edad escolar. Estrategias para la prevención de adicciones y otras situaciones de riesgo en edad escolar. Editorial Guadalupe. Buenos Aires, 2007.
[7] Cyrulnik Boris. La maravilla del dolor. El sentido de la resiliencia. Granica. Buenos Aires, 2001. Pag. 92. Del mismo autor se puede leer obras como: “El amor que nos cura.”; “Los patitos feos. La resiliencia: una infancia infeliz no determina la vida.”
(8] Gomes Da Costa Antonio Carlos. Pedagogía de la presencia. Losada – UNICEF Argentina. Buenos Aires, 1995.
2) El desafío del Paco
“En nuestras obras, nuestro pueblo sabe que comprendemos su dolor.” San Alberto Hurtado.
En primer lugar quiero, en nombre del Equipo de Sacerdotes para las Villas de emergencia, agradecerles su participación. Esta conmemoración ha reunido a personas de distintas procedencias, partidos políticos, y posición respecto al tema que nos convoca. Han venido personas que trabajan en los tres poderes del Estado, ya sea a nivel nacional como local, representantes de Organizaciones de la SociedadCivil, de los Organismos del Estado que abordan las políticas de Drogas y Trabajadores de los medios de comunicación social. También participan Voluntarios, Familiares, Chicos y Chicas en tratamiento en “Hogar de Cristo”, nuestro centro de recuperación.[1]
Nos hemos reunido en este colegio de Don Bosco, para pedirle a este gran santo que nos contagie su mística de cuidado de los niños y jóvenes más pobres y vulnerables. La verdad es que tenemos que reconocer con humildad y dolor que el mundo de los adultos abandonó a los chicos en situación de pobreza y los dejó en manos de “aquellos que no les importa nada de sus vidas y les ponen veneno en sus manos.”[2]
Vivir nuestra misión en las Villas y la experiencia que nos ha dado el “Hogar de Cristo” nos animan a transmitirles algunas convicciones que consideramos pueden ser útiles para enfrentar el desafío que el Paco presenta a nuestra Sociedad. Es importante que quede claro, no estamos hablando de las drogas en general, sino del paco en nuestras Villas.
Hace pocos días, con el equipo de curas de las villas estábamos comentando la película “Casas de Fuego” de Juan Bautista Stagnaro, que narra la epopeya del Dr. Salvador Mazza en su lucha contra el mal de Chagas. En ella aparece una carta que el Dr. Carlos Chagas envió al mismo Dr. Mazza en 1928. Agobiado por el peso del mal, le decía:
“Si desea investigar esta enfermedad, tendrá todos los gobiernos en contra. A veces pienso que más vale ocuparse de crustáceos y batracios que no despiertan la alarma de nadie”
Nos dio que hablar. El Dr. Chagas veía lo difícil que sería encontrar la salida del Mal. Todas las medidas sanitarias resultaban insuficientes frente a las dimensiones del problema. Es que el asunto no se solucionaba simplemente con una vacuna, o un medicamento. Por cada enfermo del Mal que aparecía, detrás había una familia viviendo por debajo de la línea de pobreza, en ranchos precarios de barro y de paja. Toda la política social del país y las provincias debían acompañar a la política sanitaria. De lo contrario no habría solución. El Mal de Chagas, no era más que el doloroso síntoma de una enfermedad más profunda.
Estamos convencidos que cuando hablamos del Paco estamos hablando de un fenómeno de naturaleza similar. Si el Mal de Chagas es una ventana que exhibe la pobreza del interior de nuestro país, entonces el Paco denuncia la miseria de las grandes periferias urbanas. Hoy se escucha que el Paco llegó a la clase media y alta pero sin embargo no es tan así. Otras clases podrán consumir paco, podrán venir a la villa para hacerlo, podrá tratarse de la misma sustancia comprada en el mismo lugar. Pero el paco será entonces simplemente una droga. En nuestros barrios es mucho más. Cuando el hospital no está preparado para recibir a estos adictos, cuando las posibilidades de internación están todas demasiado lejos, cuando no se tienen los documentos y no se puede hacer casi ningún tramite, cuando en la escuela ya casi no hay lugar para ellos, cuando el mundo de trabajo les resulta esquivo, cuando la justicia es solo el organismo fatal que los inculpa por las consecuencias del consumo, cuando no hay esperanzas, entonces estamos frente al paco más terrible. No importa tanto si el paco es lo que queda de la cocaína o si no se sabe bien que es, lo más terrible es que hace explotar la marginalidad.
El paco es un rostro nuevo de la exclusión, más sangriento. Entender esto es el principio de la solución. Porque si no lo captamos seguiremos pensando que con las respuestas que tenemos alcanza. No basta con los dispositivos existentes. Nadie que entienda el problema del paco en estos barrios podrá pensar que un tratamiento de recuperación puede solucionar el problema. Cuando los chicos y chicas de nuestros barrios regresan de un tratamiento se vuelven a encontrar inmersos en un mundo donde se puede consumir de día y de noche, no encuentran lugar donde no se huela o no se sienta la droga, los amigos de toda la vida siguen viviendo al lado, siguen parando en el mismo pasillo y viviendo del mismo modo, no encuentran trabajo, se encierran o deambulan, y el final va apareciendo con la fuerza de una fatalidad, sin una propuesta de vida la muerte aparece como ineludible… Para que se recuperen estos chicos hay que cambiar también el mundo a su alrededor. [3]
Hablamos del paco y centramos nuestra atención en los Organismos que se ocupan de la drogodependencia. Pensamos en la Sedronar, en la Coordinaciónde adicciones del Gobierno de la Ciudad, en las decenas de Comunidades Terapéuticas conveniadas, en el Cenareso y en el Payda[4]… Evidentemente, son los primeros que deben entender que estamos frente algo nuevo y que es necesario adaptarse; pero nadie con experiencia puede pensar que allí podrá encontrarse la respuesta. La exclusión se enfrenta haciendo lugar en la sociedad. Sin lugar en el mundo no hay recuperación posible.
En el “Hogar de Cristo”, nuestro modesto centro de recuperación barrial, nos encontramos a diario con esta realidad. Cuando caminamos por la villa, o vamos a buscar a los adictos vemos que lo más común es que piensen que ya no pueden cambiar. Sienten que todas las puertas están demasiado lejos. Que si tienen suerte y pueden empezar un tratamiento, difícilmente lo puedan terminar, y que si lo hacen es casi imposible que puedan mantenerse limpios cuando al ser dados de alta vuelven a la villa. Como no consiguen trabajo, debemos inventarlo; hacer cosas que deberían poder hacer por si mismos, abrir las puertas que la sociedad fue cerrando.
Creemos que debería haber más centros así, como el Hogar de Cristo en todos los barrios. Pistas de aterrizaje desde donde los adictos puedan entusiasmarse con la recuperación y ver que es posible, puedan prepararse para un tratamiento y llegar de vuelta cuando lo terminan para organizar la vida. Centros que vayan a buscar a los pibes y no esperar a que aparezcan, porque es muchas veces nuestra ineficacia o lentitud lo que hace que descrean de las respuestas que podemos darles. Centros que reconstruyan la historia de los pibes, despedazada, hecha trizas, fragmentos de intentos, tratamientos e internaciones. Centros que le den unidad a la lucha, que hagan sentir que la misma vida es la recuperación, y que tiene sentido pelearla.
El camino de la inserción para cualquier persona pobre de nuestros barrios, es largo y trabajoso, y con sendas que se pierden en el laberinto de la burocracia. Si es así para cualquiera, cuanto más difícil para este grupo marginal que presenta un alto hándicap debido a las consecuencias del consumo de sustancias, y a la larga cadena de ausencias: alimentación, salud, vivienda, trabajo, paz, integración.
Reconocer el fracaso es la puerta de la salvación. Sin tomar conciencia del lugar exacto donde estamos parados con respecto al problema es imposible trazar caminos verdaderos. Por eso estamos convencidos que es necesario un exhaustivo examen de conciencia en todos los niveles. Los medios de comunicación, el empresariado, los organismos de gobierno, el poder judicial, las Ong, hospitales,la Iglesia… nadie puede pensar “a mi no me toca” porque hacer lugar es responsabilidad de todos.
Como indicábamos en nuestro documento “La droga en la villas despenalizada de hecho”, en la villa los chicos se drogan en cualquier lado, en cualquier momento. Familias enteras se destruyen por esta causa, la muerte violenta es moneda corriente, cosa de todos los días. Madres desesperadas que ven que sus hijos se van muriendo de a poco. Que recorren defensorías, asesorías, organismos de gobierno, tratando de mantener encendida la esperanza, imaginando que un día serán escuchadas, y recibiendo en cambio la sordera de un Estado ausente, que los abandonó a su suerte. Siguen esperando ser escuchadas…
Cuado decimos “Estado ausente” queremos que se entienda bien. Hay un muchos Médicos, Abogados, Trabajadores Sociales, Psicólogos, etc. que trabajan en el Estado y lo hacen de manera excelente, mucho más allá de su deber y es justo reconocer su labor. Pero al mismo tiempo, el Estado como Organismo esta ausente en el tema que hoy nos convoca. Esto no quiere decir que no se haga nada en materia de prevención y asistencia de la drogodependencia en general, sino que, lo que se hace en cuando al “desafío del paco” es tan desarticulado e insignificante como enfrentar a un elefante enfurecido con una gomera. Reconocer esto es el principio de la solución, que nadie se enoje.
Mientras tanto se discute la despenalización, que dejaría de lado la única herramienta actual que obliga al Estado a intervenir frente a tamaña inacción. Esta discusión para nosotros pertenece a las últimas páginas de un libro. Todavía en nuestros barrios no se han escrito las primeras; ya que muchos de los niños, adolescentes y jóvenes de nuestras villas no viven sino que sobreviven y muchas veces la oferta de la droga les llega antes que un ambiente dichoso y sano para jugar, llega antes que la escuela, o llega antes que un lugar para aprender un oficio y poder tener un trabajo digno. Se acortan así las posibilidades de darle un sentido positivo a la vida.
Por consiguiente más necesario que obligar al adicto a hacer tratamiento es obligar al Estado a hacerse cargo. La despenalización, las leyes, los fallos, los programas de educación y prevención, todo parece construido desde la clase acomodada. Pero para legislar, juzgar y obrar desde los pobres es necesario escucharlos, ya que desde su experiencia de la vida, que no es la que nosotros tenemos, perciben cosas que nosotros no percibimos.
Hace poco nos tocó en el Hogar de Cristo, acompañar a una mamá muy joven que no podía con su hijo, un adicto al paco que delinquía para consumir. Cuando la señora vio que el pibe hacía cosas malas, que duraría poco, que se estaba hundiendo su familia, y que sus otros hijos empezaban a imitarlo, comenzó un largo camino. Visitó defensorías, asesorías y organismos judiciales. Durante dos años trató que alguien escuchara su voz. El pibe no quería cambiar, pero en su adicción estaba arrastrando a toda la familia a la ruina. Se llevó la puerta de su casa, las ventanas, electrodomésticos, la ropa de todos. Lastimó a sus hermanos y a sus vecinos. Dos años de tragedia recorriendo lugares con la única esperanza de ser escuchada, que un juez dispusiera la internación de su hijo, aunque él no quisiera, porque ella prefería verlo internado a verlo en un cajón. Y ocurrió lo peor, al pibe lo mataron. Cuando hacíamos la misa de difuntos, ella entre lágrimas reconocía: Si me hubieran escuchado, no lo se, pero tal vez hoy no estaría muerto. Las paradojas del destino, tuvo que llevar el certificado de defunción al mismo juez que la durante dos años no le prestó atención a su reclamo. Sólo Dios sabe cuantos casos así hay en nuestros barrios, nosotros damos testimonio de que son muchos. Por eso, vemos que para que nuestra legislación tenga en cuenta a los pobres, incluso para juzgar o para armar las instituciones, el primer paso indispensable es la escucha.
La escucha es apertura, lo contrario a las cerrazones dogmáticas de la ideología. Urge ponerla en práctica en este campo en que los extremos ideológicos coinciden en una falsa concepción de la libertad. Parece un sarcasmo, en los volquetes de la villa, entre la basura, hay chiquitos de diez, o tal vez menos años consumiendo paco. Hay nenas de catorce prostituyéndose, por la misma causa. Les preguntan si se quieren recuperar, los mismos que obligan a sus hijos que tienen la misma edad a ir a la escuela, al médico o al dentista. A ellos les preguntan. En nombre de la libertad, piensan que llevarlos a un hogar contra su voluntad es represión, y no entienden que la droga los hiere justamente en la libertad. Hay que vivir en la villa para escuchar su llanto, suele ser de noche, cuando llueve, cuando hace frío, cuando tienen hambre, cuando todas las dependencias del estado están cerradas. Ahí piden que se los ayude, que necesitan un hogar, recuperarse.
Hace pocos días, un pibe de nuestro Hogar de Cristo que ya intentó un montón de internaciones sin poder aguantar dos días en ninguna, estaba pensando en suicidarse. “Ya lo probé todo, y no puedo aguantar ni un poquito – decía – no me da el cuero para cambiar, lo mejor es que me vaya”. Pero se iluminó, se le ocurrió escribir una carta al juez para que por favor lo internaran en un lugar cerrado, del que no se pudiera ir. Pedía que lo medicaran si se ponía muy loco por la abstinencia. Narraba con claridad su experiencia, y entendía que necesitaba poner entre paréntesis su voluntad por un tiempo.
El que interna por internar, para sacar del medio, para que el pibe no moleste; y el que no interna cuando hace falta, ambos están lejos de entender a los pibes del paco. Sólo escuchando podremos superar las antinomias ideológicas. En esta materia están de sobra. La escucha es apertura que vence a la cerrazón. Los errores de la cerrazón se pagan demasiado caros.
Nos detenemos a pensar lo que se pierde si no vemos el problema y tomamos el toro por las astas. Pierden los adictos que terminan arrastrando una vida hecha girones que habitualmente termina antes de tiempo y de modo violento; pierden sus familias, sus padres que hasta llegan a abandonar el trabajo para cuidar la casa y lo poco que tienen para protegerlo de su adicto, los hermanitos que abandonan la escuela cuando el adicto les vendió los libros, delantal y zapatillas. Alcanza mirar el Calvario que viven a diario las Madres del Paco, y todas las madres y padres, que aunque no estén organizados, recorren a diario el vía crucis de la adicción. Pierden también los hijos de los adictos – casi todos tienen hijos – que quedan expuestos a la intemperie, que muchas veces son vendidos, olvidados, abandonados en noches de gira; pierde el barrio, víctima de violencias demenciales, de robos reiterados, de muertes. Cada tanto, pierde también el resto de la sociedad, cuando – cada vez más – lo peor de este mundo perverso sale del su encierro y toca a alguien de afuera, entonces la sangre tiñe las rotativas de los diarios y el tema ocupa primeras planas. Pierde el que vende, que termina enganchado, o sus hijos. Pierde el que compra, la vida. Pierde el que trabaja, el que no tiene nada que ver en el asunto, pierde el que está sano. Pierde el Estado que gasta los dineros públicos, debe hacerlo, pero no le encuentra la vuelta. Pierdela Patria, pierde a sus hijos, se está desangrando.
Con el paco perdemos todos, es mejor que nos ocupemos. Si la comunidad entera no asume su responsabilidad, esto va a resultar demasiado caro. Cuando decimos “comunidad entera” estamos incluyendo a los chicos y chicas en recuperación… ellos y ellas son los jugadores esenciales en este difícil partido.
Pensábamos en un paradigma, el de la lucha contra la discriminación de personas con capacidades diferentes. Aun cuando falta mucho, la sociedad avanzó bastante en la conciencia del problema, y en muchas esquinas de nuestra ciudad hay rampas para las sillas de ruedas, en los colectivos asientos, en las oficinas y dependencias baños. La comunidad indica de este modo que se adapta para hacer lugar a personas con capacidades diferentes. Cambiar para hacer lugar, es posible porque reconocemos el problema.
La lucha contra el paco debe ser causa nacional porque es la lucha contra la exclusión. Vemos que es el mejor modo de celebrar el Bicentenario.
Por último ponemos bajo la protección y el cuidado de la Virgen de Luján, Madre de nuestro Pueblo, a las familias que en nuestros barrios sufren el flagelo de la droga.
Equipo de Sacerdotes para las Villas de emergencia
(Arzobispado de Buenos Aires)
24 de junio de 2010
[1] Ver www.sinpaco.org
[2] La droga en las Villas: despenalizada de hecho. Equipo de sacerdotes para las Villas de Emergencia. 25 de marzo de 2009.
[3] Cfr. Celebrar el Bicentenario en la Ciudad de Buenos Aires (2010-2016). Equipo de Sacerdotes para las Villas de Emergencia. 11 de mayo de 2010.
[4] Nuestra misión se desarrolla en el ámbito dela Ciudad de Buenos Aires, pero podríamos incluir a los Organismos que en cada Provincia se encargan de la drogodependencia.
Imagen gentileza
www.elpais.com
Fuente: El Hogar de Cristo
Solo una vez ingrese en una villa y escuche en la noche el llanto de un niño acorralado por el paco. Nunca podre olvidarlo porque se, somos incapaces de ayudarlo como merece. Nuestro mundo circula por carriles insensibles.