Los argentinos estamos condenados al eterno retorno que es el enfrentamiento entre facciones, pero lo característico, lo que los iguala a unos y otros, es que renuncian por los hechos de la filosofía del amor. Mientras ésta propone amar al prójimo, las otras buscan destruirlo.
Con la debida aclaración que repudiamos la desaparición de Santiago como la de cualquier otro porque piense distinto, pretendemos buscar el origen ya sea de ésta o de otra.
Analizando la historia luego de la conquista genocida de América, ésta se fue trasladando hacia el futuro volviéndose endémica conformando una suerte de ADN indestructible obligándonos, parece, a resolver nuestras diferencias mediante la violencia y no mediante el diálogo.
Aquello que hicieron los genocidas españoles fue tremendo y alevoso: en nuestra Argentina Profunda a los Quilmes, un pueblo nativo que no se sometió, una vez derrotados los hicieron venir caminando desde el norte hacia la localidad bonaerense y quién no aguantaba allí mismo era asesinado sin contemplaciones no haciendo diferencia de sexo o edad.
Nuestro continente nació de la violencia y recurrió a ella una y otra vez.
Nada menos que quinientas mil almas quedaron váyase a saber dónde luego del genocidio e incluso la historia también nos cuenta que algunas poblaciones nativas conquistaban a otras y una vez producida ésta, la crueldad en el trato era lo característico.
Siguiendo el derrotero, cuando los nativos no toleraban el trabajo esclavo fueron reemplazos por los afros, cazados de la peor forma por los barcos negreros. Amontonados en los bodegones de los barcos muchos no llegaron por el contagio de enfermedades y lo que es peor, los fallecidos eran tirados al agua encadenados unos a otros.
El trato de los mismos a quienes se los acusaba de no tener alma era atroz e inhumano; utilizados como carne de cañón en cuanta contienda existiera fueron diezmados poco a poco cometiéndose luego otra forma de violencia cual fue la de invisibilización: al no ser distinguidos, se pretendió ocultarlos.
La ciudad de Buenos Aires no quedó exenta de tamaño salvajismo; frente mismo a Plaza Lezama en donde hoy observamos un establecimiento del gobierno porteño por aquellos años fue el lugar de acopio de los barcos negreros: amontonados, donde la precaridad y el hacinamiento eran el compañero cotidiano, tampoco tenían baños debiendo hacer sus necesidades encima provocando olores nauseabundos.
Lo de Santiago no es nuevo: lamentablemente es la permanente costumbre de resolver las diferencias mediante el crimen y la violencia.
Lo triste es que ningún gobierno ni el actual ni los que le precedieron toman cartas en el asunto creando mediante la instrucción cívica la formación de una mentalidad diferente que sin pensamientos partidocráticos vayan al menos buscando las formas con la intención de cesar en la violencia.
Estamos a tiempo. Y en lugar de educar para la posesión deberíamos educar para compartir.
San Lucas para dar tan sólo un ejemplo eternizó uno de los caminos posibles a seguir: Quien tenga dos prendas debe compartirlas con quien no tenga ninuna; quien tenga de comer debe compartir con quien no tenga.
Sabio concepto que deseamos que se ponga en práctica.
Los Quilmes son un pueblo ORIGINARIO del Valle Calchaquí, Tucuman. Fueron técnicamente avanzados llegando a construir complejos similares a ciudades. Finalmente fueron desterrados de su propia tierra.