El padre Pepe Di Paola vuelve a Buenos Aires luego de dos años de trabajo en Santiago del Estero. En 2010, las múltiples amenazas por parte de narcotraficantes lo obligaron al exilio interno, luego de 13 años de misión en la parroquia de Caacupé, en el corazón de la Villa 21-24. El mismo nombre lleva la iglesia que a partir del 1 de febrero lo cobijará en Villa Fiorito.
–¿Por qué volves?
–Mi elección es volver a la misión que tenía en las villas y es un poco el carisma que tengo como sacerdote: trabajar con los jóvenes y con los chicos en situación de vulnerabilidad. Lo había empezado y de alguna forma lo tuve que cortar. Es volver al Gran Buenos Aires, un lugar donde hace falta trabajo y poder poner en práctica la experiencia recogida en las villas de la Ciudad.
–¿Cómo va a ser el nuevo trabajo?
–Consiste en dos líneas. Por un lado, el de la prevención. Antes que alguien le ofrezca a un pibe un arma o droga, adelantarnos para que sueñen con un futuro posible. Por otro lado, poder fundar el hogar de Cristo que es una respuesta a los chicos que ya están en la droga y son adictos al paco. Una experiencia que ya hice en la Villa 21. Allí fue muy importante porque le dimos muchas chances de recuperarse.
–¿Cómo fueron los dos años en Santiago del Estero?
–Fueron lindos, un trabajo que no pensaba realizar porque las circunstancias me trajeron aquí. Fue conocer una Argentina distinta, en contacto permanente con las escuelas rurales, el trabajo con los campesinos, la gente de los pueblos y los distintos parajes. Tengo muchos kilómetros a la redonda, una realidad geográfica bastante grande. En la villa tenía, en 70 hectáreas, a toda la población.
–¿Qué vas a extrañar?
–La cultura del pueblo santiagueño que es enorme en su música, sus expresiones culturales, su amistad. Es gente amigable y sobre todo cuando vas a los pequeños pueblos en medio del monte santiagueño y las escuelas rurales.
–¿Con qué problemas te encontraste?
–Algunos son similares porque el pueblo ha crecido mucho en poco tiempo. Empiezan a aparecer problemas de adicciones en la juventud y conflictos por trabajo y domino de la tierra.
–¿Que villa creés que vas a encontrarte?
–Ahora voy al Gran Buenos Aires y creo que las villas en sí tienen características diferentes pero un núcleo similar en todas en cuanto al trabajo con la niñez y la juventud. El núcleo general de estos barrios obreros es el mismo.
–¿Volviste a recibir amenazas?
–En Santiago no tuve ninguna amenaza ni problemas. Lo importante es después de estos dos años volver a empezar y que se entienda que el trabajo de uno está orientado a la prevención y recuperación.
–¿Tenés miedo de que vuelva a ocurrir?
–No. Más allá de todas las circunstancias tengo que ser fiel a mi misión porque en cada uno de estos chicos está el rostro de Cristo. No son responsables sino víctimas de una situación de marginalidad.
–¿Creés que el ámbito político se encargó del tema adicciones en este período?
–Se habla pero no como corresponde. El punto está en que tene mos que hablar más de cómo ayudar y prevenir. De cuál es la responsabilidad de cada uno en este tema y no en temas que pueden resultar fascinantes para discutir en teoría pero en la práctica no tienen una respuesta importante. Hay, sí, algunos puntos coincidentes y muy valiosos como lo es el correr al adicto del lugar del que produce el daño sino más bien pensar en aquel que es víctima y está enfermo. Correrlo de la criminalización que caracterizó mucho tiempo la mirada hacia la víctima. Eso ha sido importante. Después buscar formas para reducir tanto la oferta como la demanda. Pero para eso falta mucho trabajo en serio.
–¿Es realmente importante ese discurso en una villa?
–Es importante. Por un lado, este planteo nuevo hacia el adicto y por otro lado que a la sociedad no le tiemble la mano y le dé oportunidades para trabajar o servicio de salud. Si no pasa eso, vamos a quedarnos en pura teoría y podemos llegar a producir un daño más grave. Es necesario darles a los pibes la posibilidad de crecer sanamente y eso no es sólo trabajo del estado sino de todas las instituciones. La sociedad argentina tiene una responsabilidad de la que no puede escapar. El gran trabajo que resultó de la gente de la villa es que tomaron el tema de ayudar al adicto como alguien a quien hay que ayudar y no castigar. El centro de salud y el deportivo abrieron sus puertas de otra manera y la parroquia, que en eso fue la pionera, siguió recibiéndolos. Para que piensen que su vida tiene sentido.
–¿Pudiste mezclar a los chicos de Barracas con los de Campo Gallo (el pueblo en el que misionó)?
–Muchos pibes de Barracas viajaron a dar testimonios de la villa a los pueblos de Santiago. Puede ser que haga lo mismo al revés. Los de Barracas les mostraron cómo entrar a la droga les puede hacer perder mucho y los pibes santiagueños no tenían conciencia de ello. Por otro lado, al que estaba metido, le mostraron que si el de Barracas pudo salir, a pesar de consumir drogas mucho más duras, ellos también pueden. Gracias a ese trabajo muchos de los pibes santiagueños se animaron a hablar.
–¿Qué crees que pueden aportarle al revés?
–Me resulta más difícil pensarlo. Cuando los de Barracas volvían de Santiago me decían que lo hacían con una paz terrible. Creo que pueden transmitirle un modo de vida más ligado a la simplicidad, a la naturaleza, una vida más sencilla en todo concepto. De acá se iban maravillados con que las bicicletas estén apoyadas contra la pared, sin atarlas, algo impensado en Buenos Aires.
–¿Qué puede aportar la voz de la gente de las villas a la sociedad en general?
–Mucho. En Villa 21 pusimos la radio y circulaba el periódico Mundo Villa. La voz de las villas es importante escucharla porque por ejemplo, nadie puede hablar de urbanización si no escucha al villero, que es alguien a quien no hay que tenerle lástima. En nuestro documento de integración urbana dijimos que la riqueza cultural de la villa es importante que el resto de la ciudad la conozca y que mejor si ese mensaje se transmiten a través de los medios.
Finalmente, Pepe dejó un deseo: “La pedagogía de dios es diferente a la que muchas veces podemos pensar, es la común y corriente. Muchos creían que el salvador iba a nacer en un palacio y vestido de poder y privilegios pero eligió un pesebre humilde y las personas más importantes eran los pastores. En esta navidad ojalá podamos encontrarnos con dios en la vía de la humildad.”
Por:
Ramiro Barreiro para
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