Sí, están allí. Como esperando que alguien los atienda, como pidiendo alguna respuesta.
Detrás de la pasta base, detrás de la droga dependencia existe un profundo pedido de ayuda que no se puede desoir.
Del barrio Savaletta a pocas cuadras del Congreso, tal vez algunos miserables kilómetros cuanto mucho, pasan a «Conti» que en el lenguaje común es el barrio de Constitución. Pero para ellos es «Conti» y si se interpreta así es el lenguaje de los desheredados, de los desatendidos, de todos aquellos donde el clientelismo político reparte alimentos tan miserables en calidad como quien los entrega con el sólo propósito de obtener, luego, algún favor o privilegio. Alimentos de tercera, cuarta o quinta marca.
Ellos están allí y quizás la mano tendida del Padre Pepe Di Paola les lleve un poco de aliento y esperanzas en un mundo, en una ciudad, que si bien es de todos pero no de ellos.
En su derrotero por esta ciudad del Don Pirulero (cada cual atiende su juego y el que no una prenda tendrá) todas las noches cualquier techito, cual recobejo que cobije de las inclemencias del tiempo, hará las veces de dormitorio. Allá y acá. Más lejos y más cerca. En donde alguno quiera fijar su mirada.
Y no es de ahora, no es producto de ningún gobierno, el de ahora o el de antes: es producto del gran negocio de la pobreza.
«Aquella costurerita que dio el mal paso, la percanta que me amuraste, la chorra, tu viejo y tu mamá» ya se ha convertido en una especie de radiografía porteña: la encontramos en Belgrano, Recoleta, el bajo Flores o en Colegiales. Son las chicas que alquilan su cuerpo para escapar de la pobreza o para llevar una migaja de pan a su solicitante estómago.
Son los chicos pobres que no tienen pan e incluso, los chicos ricos que están tristes.
Son las raulitos y los mediopollo tan bien personificados en la película «La Raulito»
Y están esperando que alguna vez sean sujeto y no tan sólo predicado en una sociedad que los niega, que los silencia. En un sistema que sólo les tiene reservado -y a veces- el derecho al voto.
Son muchos, mucho más que alguna lúcida mente pueda contar quienes fueron arrojados por la ventana por los sicarios del consenso de Washington de aquellos años noventa; por aquellos alcahuetes del despropósito del «Siganme…» o de aquel otro innombrable que siempre fue un aburrido.
Se los encuentra por las calles y no son otros que se juntan en algún baldío y mediante la pasta base se olvidan de la realidad que los circunda, de una realidad esquiva, de una existencia donde jamás pudo ver a su padre despertarse temprano para ganarse el pan con el sudor de su frente.
Ellos alguna vez disfrutarán de quien no les explique su desgracia porque la viven a cotidiano.
Alguna vez «Donde hay una necesidad existe un derecho», aquella expresión sublime que será realidad cuando esta sociedad se olvide de las formas, de banal, de ser un sociedad descartable donde los pobres sobran. Donde el sentido familiar molesta, donde ser pobre es estar propenso a cualquier discriminación…