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Hasta siempre, Francisco

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Desde su Flores natal hasta el Vaticano, la trayectoria de Jorge Bergoglio marcó un antes y un después en la historia contemporánea. Un recuerdo de su legado como promotor del diálogo, la sencillez y la defensa de los invisibles.  

La noticia de su partida conmueve a Buenos Aires, la ciudad que lo vio crecer como sacerdote y obispo antes de convertirse en el primer papa latinoamericano. Francisco, nombre que eligió en honor al santo de la pobreza, no fue un líder religioso convencional. Su estilo cercano, su rechazo a los protocolos rígidos y su mirada crítica sobre las desigualdades sociales lo distinguieron en un escenario global marcado por divisiones.  

Nacido en el barrio de Flores en 1936, Jorge Mario Bergoglio mantuvo siempre una conexión visceral con las calles porteñas. Aunque su labor pastoral lo llevó a Roma, nunca abandonó su costado de hombre común: viajaba en transporte público, cocinaba su propia comida y respondía cartas de personas desconocidas. Esa austeridad, que desconcertó a muchos en la curia vaticana, reflejaba una convicción: la fe debía traducirse en gestos concretos, no en discursos grandilocuentes.  

Un puente entre mundos

Francisco se destacó por abordar temas incómodos con una franqueza inusual. Fue el primer papa en denunciar la «globalización de la indiferencia» ante el sufrimiento de migrantes y refugiados, y en llamar a la Iglesia a «salir a las periferias». Su encíclica Laudato Si’ (2015), un llamado urgente a cuidar el planeta, trascendió lo religioso para convertirse en referencia en debates ambientales. También impulsó reformas administrativas en el Vaticano, aunque encontró resistencias que limitaron sus avances.  

 En lugar de condenar, invitaba a reflexionar. Evitó los tonos dogmáticos y priorizó el encuentro con quienes pensaban distinto: desde líderes musulmanes hasta comunidades LGBTIQ+. En 2016, al responder

«¿Quién soy yo para juzgar?»

sobre una pregunta respecto a la homosexualidad, desafió lecturas tradicionales sin ceder a presiones polarizadoras.  

Conflictos y contradicciones

Su pontificado no estuvo exento de críticas. Fue acusado de «relativista», mientras que otros sectores reclamaron acciones más audaces contra abusos dentro de la Iglesia. Él, sin embargo, optó por un camino intermedio: reconoció errores históricos, como la complicidad con dictaduras, pero avanzó con cautela en cambios doctrinales. Su mayor logro, quizás, fue humanizar una institución percibida como distante.  

Al despedirlo, decimos «hasta siempre» a un hombre que entendió que la grandeza no está en los títulos, sino en la capacidad de conmoverse con el otro. Francisco no será recordado solo por su solidez teológica, sino por haber puesto el cuerpo y la palabra al servicio de un ideal: que nadie se quede atrás. En tiempos de desencuentro, su ejemplo perdura como un desafío a construir puentes, incluso cuando todo parece dividirnos.

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