
Hoy lo disfrutamos en El Malba, el Museo Eduardo Sívori, el Museo Nacional de Bellas Artes, la Colección Fortabat y en espacios y museos, que se disputan el privilegio de poseer sus obras.
Generosa obra y singular artista, desde sus collages, xerigrafías, xilocollages, objetos. Y la magia y la realidad corren igual de intensas desde un ayer, que queda lejano, pero no tanto, a un 1981, que no pierde vigencia muy a nuestro pesar.
Hay un octubre de despedida… 14 de octubre de 1981 que se transformó en plataforma de lanzamiento, como el cohete a la luna y el asombro y así lo seguimos admirando, alucinando tanta creación, o tanta realidad. En cada surco, pinceladas generosas como la inmensa tela que albergaba cada obra, nos dan un pixel más de su genialidad. Ahora que las palabras van mutando hasta perder el sentido, él nos asombra simplemente con su genialidad, que también es identidad.

Rosario, su ciudad, lo vio nacer en 1905, el 14 de mayo. Descendía de familia inmigrante italiana, vivió en la ciudad de Roldán, debido al fallecimiento de su padre. Ya conocía el trabajo unido al arte: vitralista a la edad de 11 años. Con 15 años expuso por primera vez, con 18 en la Buenos Aires exigente que de inmediato lo admitió entre sus pares. Con 20 años viajó a Europa, con estudios que realizó en Francia y España, donde sus exposiciones se celebraban, es amigo entre otros de Lino Eneas Spilimbergo. Se consagra en el Nuevo Realismo, donde André Bretón lo introduce previamente en el realismo, pero la historia lo instala en el movimiento en los años 30 y 40. Vertiginosos años de cambios fundamentales, guerras, rupturas estéticas, ya nada podía ser igual.