Cada 8 de diciembre, la Iglesia Católica celebra la Inmaculada Concepción de María, dogma que la reconoce concebida sin pecado original y que marca un momento de especial devoción durante la semana de Adviento.
El dogma de la Inmaculada Concepción, proclamado en 1854 por el Papa Pío IX, sostiene que María fue concebida sin pecado original por un don especial de Dios, preparándola para ser la Madre de Jesuscristo. La verdad de fe, consolidada en concilios como Letrán (649) y el Concilio Vaticano II, es celebrada por los fieles católicos como una de las festividades marianas más importantes del calendario litúrgico.
Fundamentos y relevancia
Tradición apostólica. Esta verdad es mostrada por la Iglesia desde sus primeros credos.Textos bíblicos que lo afirman se basan en la Anunciación (Lucas 1,34-35) y profecías como Isaías 7,14, citada en Mateo 1,23.
Tradición patrística
Textos como el Protoevangelio de Santiago (siglo II) se manifestaban sobre el tema en forma categórica, desarrollando la devoción mariana desde los primeros siglos del cristianismo.
Los cuatro dogmas marianos
Los cuatro dogmas son verdades de fe aceptadas por la Iglesia desde tiempos pretéritos: Maternidad Divina: es Madre de Dios. Perpetua Virginidad: consagrada completamente a Dios. Inmaculada Concepción: concebida sin pecado original. Asunción: llevada en cuerpo y alma a los cielos.
Las advocaciones marianas
Las advocaciones de María —Virgen de Guadalupe, Fátima, Lourdes, Medjugorje, Garabandal, Akita, etc.— son manifestaciones referidas a la misma Virgen y sus diversas apariciones hasta la fecha.
María en el Adviento
En esta semana de Adviento, este día es de gloria, alegría y reconocimiento. Ella, siendo la Madre del Redentor, se hizo como nosotros, se unió para decirnos, como en las Bodas de Caná: «Hagan lo que Él les dice«, al transformar las vasijas de agua en vino fino (Juan 2, 1-11).
María, nuestra Madre, la que nos sostiene, nos sana, nos llena de infinitas bendiciones y se hace una en nuestra carne humana, susceptible de cambios abruptos e inesperados. ¡Gracias María, nuestra amada, fiel y eterna Señora del amor incondicional!
















