El lunfardo de una u otra forma es el lenguaje de los desposeídos, su personalidad ante un mundo dado que siempre pensó en francés. Es como la payada o el tango que debieron esperar largos años hasta que en Francia, más precisamente en París, le dieran el visto bueno.
Así las cosas, el lunfardo es de a caballo, es parte de una sociedad de taitas y compadres, de hombres de armas llevar pero no por algún signo machista sino como un elemento de la personalidad orillera.
Nace como una respuesta a los que no les tuvieron en cuenta y hoy como la droga, guste o no, manifiesta su personalidad ante una cultura nórdica de cabellos y ojos claros.
“Estando en el bolín polizando
se presentó el mayorengo
a portarlo en cana vengo
su mina lo ha delatado”
Leemos en el portal Wikipedia, un portal absolutamente necesario que nos lleva a los sitios más buscados y en él nos informamos:
Haciendo un acto de estricta justicia desde las orillas de aquellas barracas ya sean del sur (Avellaneda) o del norte (Barracas, San Telmo, La Boca y demás), aquellos a los se los denigraba, traían su impronta.
“Así originariamente esta jerga era empleada por los delincuentes y pronto lo fue por la gente de las clases baja y media baja. Parte de sus vocablos y locuciones se introdujeron posteriormente en la lengua popular y se difundieron en el castellano de la Argentina y el Uruguay. Sin embargo ya a inicios del siglo XX el lunfardo comenzó a difundirse entre todos los estratos y clases sociales, ya sea por la habitualidad de su uso, porque era común en las letras de tango, o ambos motivos. La poesía en lunfardo, aunque con palabras «vulgares», supo tener un buen nivel artístico en las manos de Felipe Fernández «Yacaré» (quien se destacaba en 1915), Carlos Muñoz del Solar mucho más conocido como Carlos de la Púa, Bartolomé Rodolfo Aprile, el celebérrimo José Betinotti (conocido como «el último payador» porque en su tiempo se consideraba que no habría más ni mejor payador que Betinotti); Antonio Caggiano, el famoso Amleto Enrique Vergiati más conocido por su seudónimo de Julián Centeya, Roberto Cayol, Augusto Arturo Martini mucho más conocido por su chusco seudónimo de Iván Diez, Daniel Giribaldi, Alberto Vacarezza, el célebre letrista tanguero Pascual Contursi, Francisco Bautista Rimoli cuyo seudónimo era Dante A. Linyera, Héctor Gagliardi, Enrique Cadícamo u Horacio Ferrer”
Es el lenguaje de los recién venidos, de los transportados o deportados según se mire o se quiera ver, transportados desde sus tierras europeas, desde la rusia blanca, desde África tropical y aquí en plena ciudad mezclaban sus culturas, sus realidades diversas y por qué no, sus pareceres donde “quien compra un cacho de fiambre se morfa hasta el piolín”
Introducirnos al lunfardo nos llevará largas páginas una más sabrosa que otra y en esta introducción, sin guardarnos nada y en la medidas que buscamos la comprensión de la voz del pueblo desheredado, hemos querido iniciarnos en tiempo y espacio, ubicarlo en una época y en la que mucho tuvo que ver las crisis financieras como la de 1930 que dejó un tendal de personas en las calles o en aquellos lamentables episodios de fiebre amarilla y las posteriores epidemias sin quedar exento la voz de los conventillos con su rica mescolanza de idiomas de los lugares más recónditos del planeta y en donde el coqueluche también fue una forma de seguir atado a sus raíces.