Sólo los grandes hombres quedan en la historia: a algunos horripilantemente se los pretende copiar cayéndose en lo absurdo o en el lugar donde no se vuelve, el ridículo.
Pero por peso propio, quedan en e ideario colectivo y no por ser antojadizo el mismo.
Tienen la particularidad que por mérito propio marcan una etapa cuando no una época: muy poco será igual en un antes y un después del paso de estos hombres providenciales.
Aún con aciertos y errores –como cualquier mortal- dejan la impronta de sus convicciones, de sus hechos e incluso de sus errores que no pueden desmerecer sus aciertos.
Aquello que los distingue es la fuerza de sus hechos e ideales; su debilidad quizás por la pasión de sus actos y pensamientos, es haberse visto envuelto en las pasiones de la época.
Pero aún así y todo, lo necesario a destacar es que su trajinar lleva a la historia a dividirse en un antes y un después.
Todo esto sucedió con Don Raúl Alfonsín –ni más ni menos. La importancia de su figura hizo que se pretendiera imitar (en algunos de sus gestos, no en su accionar porque mientras fue abucheado indignamente en oportunidad de un acto de la ganadería quien pretendió imitarlo se unió con aquellos que ofendieron a los argentinos silbando a quien encabezó el período desde 1983)
Sin embargo, esto lo engrandece porque sólo los grandes hombres de la historia son pasibles a la imitación. Sólo los que pasan y, de una u otra manera, quedan en la historia serán víctimas de estos.
Lo lamentable es que no se lo haya querido imitar en sus virtudes.
Muchas de sus expresiones han quedado vigentes y son válidas. Porque con la democracia se come, se educa y se cura: si así no fuese más que democracia sería una parodia contra la que luchó Raúl Alfonsín toda su vida en distintos cargos o responsabilidades.
Esa lucha contra la parodia, contra la incoherencia e incluso de pensamientos le valió las más feroces críticas de aquellos que sólo pueden ser comentaristas, no ejecutores.
Se le acusó –aún en términos salvajes- sobre aquello que se le llamó el “Pacto de Olivos” y aquí, habría preguntar si sus detractores tenían la altura, el pensamiento de estadista que sí tenía Raúl Alfonsín, para tomar decisiones quizás no tan agradables pero que respondían a las necesidades y realidades del momento histórico que le tocó vivir.
Por supuesto que no tenían esa megavisión y justamente por no tenerla, hicieron que opinaran fuertemente en sentido contrario. Lo que habría que preguntar entonces es dónde nos hubiera llevado tanta opinión que sólo puede ver el árbol pero nunca el bosque.
Don Raúl Alfonsin, dijimos, marcó una época e incluso hasta llegado el 2003 fue el Presidente que propuso una democracia en beneficio del consenso, en el servicio y la búsqueda del Bien Común.
Lo que vino después hasta aquel 2003 ya se sabe pudiéndole resumir en una sola expresión: el desquicio y el vaciamiento de lo nacional; vaciamiento que queremos expresar así para no abundar en detalle de aquello que los sucesores de Alfonsín realizaron.
Recién en el 2003 dijimos sus luchas se reactualizaron y obviamente con algunos pensamientos distintos.
Sin embargo, pese a todo, desde el año 1983 hasta el 1989 primó el pensamiento de Nación que debió esperar luego de esos años noventa hasta el 2003 para seguir el derrotero de un país que con aciertos y errores lucha por la democracia como bien fundamental y no en los mezquinos intereses de sectores y grupos los que sólo se interesan por si mismos.
En otras palabras, con Raúl Alfonsín y Néstor Kirchner se prioriza el proyecto de Nación por encima del otro que es el de factoría.