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SUCEDIO EN LAVALLOL: predicar con el ejemplo

Aquello que sucedió en Lavallol, provincia de Buenos Aires, pudo acontecer en los barrios de Flores, Chacarita, Caballito o en Villa Lugano indistintamente; pudo pasar en cualquier esquina de CABA y también en cualquier punto de la ciudad que se quiera de algún otro país. Pero sucedió en Lavallol.

Aquel ejemplo del Hijo del Hombre, el Salvador, quien entregó la vida por el prójimo, el que vino a servir y no a ser servido, quien lavó los pies a sus discípulos pudiendo hacer que se los lavase, se viene reiterando una, diez y mil veces, un millón de veces si esto se desea.

Un malhechor después de recibir el amor incondicional, la lealtad absoluta y permanente que los perritos entregan cuando se enfermó quien compartió su vida, lo dejó abandonado, lo dejó tirado en medio de la vía pública sin siquiera ponerle un cartón para que su agonía fuese algo más leve.

Ni siquiera algo tan elemental, tan minúsculo como eso, un simple cartón que hiciera de colchón en devolución a la perrita que por viejita ya no podía caminar por problemas en su cadera. La dejó tirada, a como de la cosa.

Indudablemente algunas acciones son la demostración palmaria de aquello que se es, se siente o la persona misma.

Su agonía fue tremenda y más con estos fríos que estamos sufriendo. No alcanzó que al ver tanto sufrimiento se la cobijara, dándole abrigo en sus últimos momentos para que no sufriera tanta maldad recibida de quien no sirve para vivir (porque no vive para servir, como dijera la Madre Teresa).

Los hechos que derivaron en la procesión de Jesús, el haberlo crucificado de la forma que se hizo para que sufriera más, en mayor o en menor medida se viene reiterando sin solución de continuidad desde aquellos tiempos y desde mucho antes también.

Pero esta vez sucedió en Lavallol, Provincia de Buenos Aires, como en cualquier otra esquina de nuestra ciudad: porque tirar, abandonar o dejar un ser vivo en la calle estando enfermo  es la demostración de un sentimiento dañino propio de algún ególatra malhechor.

Esto que sucedió donde mencionamos se viene reiterando y sin embargo, somos muchos más, pero muchísimos más, quienes habitamos el mundo del nosotros en lugar de habitar el propio, el individualismo por si mismo.

Una prueba de esta expresión, de esta dualidad, en esta contienda entre quienes sólo pueden verse el ombligo tan sucio como su mentalidad, lo hemos vivido hace unos días no más en la Ciudad de México cuando el terremoto atacó con sin igual fuerza tanto como lo hicieran los huracanes que adolecieran otras ciudades.

Hubo quienes salieron a las calles para demostrar su solidaridad, para ayudar en lo que hiciera falta, en sacarse lo propio para ayudar al prójimo, en extender su mano simplemente para hacer, para que otro no sufra. Pero también hubo quienes aprovecharon la desgracia para llevarse lo ajeno, saqueando, robando, adueñándose pero además demostrando lo poco que se es en este tipo de situaciones.

Nuestro homenaje más sincero, más absoluto y total, hacia los hermanos mexicanos que predicaron con el ejemplo, quienes haciendo no diciendo, realizando no prometiendo, nos dejaron un legado imposible de olvidar que es vivir para servir.

Y como dijimos al principio, aquello que aconteció en Lavallol o en la ciudad de México, es digno de resaltar.

Porque la dualidad entre quienes hacen de la solidaridad un estilo de vida y quienes hacen lo opuesto, es algo permanente, es como si fuese, una lucha interminable.

Nos preguntamos, pese a todo, siendo muchos más, muchísimos más, quienes extienden su mano para ayudar parece no poder derrotar a los malhechores quienes sólo cobijan en su alma la egolatría y la inmoralidad.

 

 

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