Llega febrero y con él, la pesadilla de muchos padres con niños en edad escolar. El momento de recuperar aprendizajes no logrados y poder alcanzar la tranquilidad de “aprobar” y comenzar en año sin “deudas” escolares, dejando atrás las malas noticias de diciembre.
Como docente y mamá, les aseguro que no estoy libre de estas situaciones y doblemente involucrada, padezco y acompaño la angustiosa situación que atraviesan tanto padres, como niños (y les aseguro que también docentes).
Estas situaciones altamente estresantes se ven acompañadas por modificaciones en las formas de evaluar, y nuevas disposiciones que muchas veces, lejos de relajar, confunden y crean momentos de alta tensión.
Desde aquí, quisiera realizar un aporte a modo de reflexión acerca de estos momentos.
Fracasar en la escuela está relacionado con un sinnúmero de situaciones relacionadas con lo familiar y lo escolar, teniendo en cuenta que ambas son instituciones sociales y transmiten los “saberes culturales”. El problema, a mi entender, es que al reproducir la cultura, decimos y afirmamos lo que debería ser realmente aprendido, pero nos cuesta concretarlo.
Desde la escuela, hablamos de inclusión, adecuaciones curriculares, novedosas didácticas donde los niños aprenden “haciendo” tal y como lo hacen desde pequeños. Pero lamentablemente, no siempre lo llevamos a la práctica como hubiéramos deseado y por diferentes situaciones terminamos poniendo en juego formas de aprender que no resultan efectivas para todos los niños y por lo tanto un grupo de ellos, fracasa.
Desde la familia, son muchas las presiones sociales y familiares que aparecen, junto con las expectativas que tenemos sobre el desempeño escolar de nuestros hijos, y esto se suma a la situación anterior, contribuyendo al fracaso.
Por lo tanto sería interesante investigar sobre éste, y más allá de buscar culpables de la situación, pensar primeramente y con profundidad desde que mirada nuestro hijo fracasa.
No es beneficioso para nadie echarse culpas, o recriminar aprendizajes no otorgados. Aunque al momento hay que pasarlo, y no es cosa sencilla, pensemos que íntimamente el fracaso de un niño, es una herida personal para el adulto (padre o docente) y que nuestros hijos lo interpretarán y vivenciarán a partir de nuestra mirada, dándole el valor que nosotros le otorguemos
Resulta imprescindible buscar el consenso familia-escuela, acompañar a nuestro hijo con firmeza pero haciéndole saber que todos podemos alcanzar las metas si realmente nos las proponemos, que hay tareas que no siempre nos van a resultar sencillas de resolver, reforzando su autoestima y dándole a entender que lo hará no solo por “deber” sino también por “desafío personal”, porque como nos dice Charles Dickens «Cada fracaso enseña al hombre algo que necesitaba aprender.»
Todos necesitamos aprender, los adultos también. Es tiempo que dejemos de idealizar situaciones, cada niño es único y diferente a otros, no aprende igual y no siempre responde a nuestros sueños de padres y docentes. Acompañarlo y no sentirnos frustrados frente al fracaso es parte de aprender como padres, tarea nada sencilla pero realmente maravillosa. El error no es algo malo, es parte de nuestra experiencia de vida.
Albert Einstein dijo “Quien nunca ha cometido un error nunca ha probado algo nuevo.” Los invito a probar esta época de exámenes una mirada diferente.
Andrea Daniela Bilvao
Licenciada en Educación
Docente de 6° y 7° grado
Escuela 12 DE 9