En este mundo en el cual muy poco interesan los refugiados de la canallesca guerra en Siria y adyacencias del medio oriente y en donde –ahora- poco importa la mano de obra barata de los países colonizados (a diferencia de fines de la segunda guerra mundial en que se los traía); muy poco les importa a occidente –simplemente porque no los necesitan- los niños famélicos, desnutridos, hambreados de esos mismos países esclavizados de África, Sudamérica, Medio Oriente y los pueblos que estos habitan.
Francamente, se oponen al pensamiento del Papa Francisco I cuando afirma: “De lo que se trata es de devolver a los pobres y a los pueblos los que les pertenece”.
La ciudad de Buenos Aires, la Argentina y los países vecinos dan testimonio de un mundo injusto, para unos pocos y el sufrimiento de los más, las minorías del privilegio, que reciben en total, todos juntos, algo inferior que aquello que reciben los menos.
Estamos al borde del precipicio en donde el cambio climático puede resultar irreversible; en donde la hasta hace poco primera potencia occidental demuestra las razones de su debacle actual, renunciando a tratados internacionales referidos a la conservación del ambiente por intereses al menos discutibles; donde los esfuerzos están orientados al espacio exterior pero renegando que esta misma noche “hay un niño en la calle” durmiendo sobre cartón, diarios, tapados con lo que encuentra. Mal comido o tal vez drogado por los mercaderes o los fariseos del templo.
África y los países sudamericanos ofrecen una paradoja alarmante: regiones inmensamente ricas con todo tipo de riquezas, agua abundante, suelos en donde se tira una semilla y sale una flor, una hortaliza o un frutal, pero a cambio de la miseria de los pueblos que habitan sus tierras en condiciones infrahumanas en muchos casos.
Nuestra ciudad de Buenos Aires y por extensión, el conurbano, no son la excepción a lo que viene aconteciendo en otras regiones como las nombradas antes, en Calcuta, en la India y lugares vecinos. Que la Madre Teresa haya despertado a la fama en esas tierras donde las niñas aún, vendían su cuerpo para escapar de la pobreza.
“Hay un niño en la calle” durmiendo sobre cartones o aquello que encuentre, comiendo aquello que mendiga, empacado, drogado, olvidado y por seguro, corrido por aquellos ojos con uniforme que no quiere darse cuenta que la Ciudad hoy compite con Haití por sectores que viven sin el menor derecho. Algunos son llevados en donde los uniformados, en sus calabozos, esconden todo aquello que la sociedad no quiere ver.
Los barrios de Chacarita, Avellaneda, fuerte apache, La Boca, Lanús y demás pueden dar testimonio de esto.
Villa Fiorito, la Carlos Gardel, La Rana y en todos los asentamientos, pueden demostrar una realidad esquiva, sufriente y por demás lamentable.
Ha vuelto la industria del cartoneo realizado en tantas oportunidades por la prole familiar y nada de extrañar si a la familia que busca para su sustento lo que encuentre, es acompañada por algún perro que los atiende como debería hacerlo un Estado que nunca está ausente, siempre está presente de acuerdo a los intereses que defiende.
Ha tomado sin igual fuerza una cultura villera en la Ciudad y en el conurbano trayendo consigo las letras del RAP, donde los más pobres entre los pobres nos enseñan la realidad donde viven.
Un dicho popular nos dice que “no hay más ciego que aquel que no quiere ver” y quedará esto demostrado cuando en un par de Semanas la Parroquia de San Cayetano reciba a todos aquellos que necesitan de su ayuda conformando una kilométrica fila de necesitados.
El Salvador pudo hacerse lavar los pies en la última cena pero prefirió lavarlos él a sus discípulos demostrando con este hecho que la vida es servicio al semejante y no servirse de sus necesidades básicas insatisfechas, como dijo en algún momento Pancho Bergoglio y/o Francisco I…