Nadie quiso estar ausente, desde el Ministerio de Educación porteño hastala Legislaturadela Ciudad.Nadie, literalmente nadie y no era para menos. Se estaba designando Personalidad Destacada dela Culturaa Marta Ocampo de Vásquez, Presidenta dela AsociaciónMadresde Plaza de Mayo – Línea Fundadora.
Dice de ella el Programa Educación y Memoria del Ministerio porteño más arriba citado:
“Si bien no es la cara más visible de la organización, Marta Vásquez tiene 84 años y unos ojos celestes que se achinan cuando relata su historia. Esposa de un diplomático, llevó su casa a cuestas durante décadas. También a sus seis hijos que parió en distintos países del mundo. Después del secuestro de María Marta, su única hija mujer, se puso el pañuelo blanco y llevó la lucha de las Madres y de otros organismos a cada rincón del planeta que le abrió sus brazos como miembro de la Federación Latinoamericana de Asociaciones de Familiares de Detenidos-Desaparecidos (FEDEFAM)”
Antes de la desaparición de su única hija mujer acostumbraba a gustos refinados, a largas vacaciones, viajes impensados e impensables para muchos de los mortales que en esto mismo momento estamos leyendo este suelto periodístico.
Es que su marido se movía en los círculos de la cancillería, lo cual hacía que conociera a altos funcionarios militares o civiles además de viajar al exterior en distintas misiones tanto con unos como con otros e incluso de participar en reuniones sociales.
Pero todo cambió desde la desaparición de María Marta Vásquez. Desde ese mismo instante ala familia se le cerraron varias puertas.
Rememora no sin un dolor profundo quién era su hija:
– María Marta era increíble. Era psicopedagoga. Ella estudió en Perú y terminó quinto año en Argentina porque nos vinimos. Apenas conoció a las monjas ya empezó a misionar en el Maitén y en Lago Puelo. Así conoció a su marido y se casaron. Después de un tiempo se desilusionaron de cómo actuaban algunas personas, autoridades. Ellos llevaron hasta molinos para enseñarles a los mapuches a trabajar la tierra. Pero después supieron que las autoridades se quedaban con las cosas que ellos llevaban. Eso aportó a que se fueran y pasaran a militar en la Juventud Peronista. María Marta, César y varias de las chicas que secuestraron trabajaban en la villa del Bajo Flores con chicos y jóvenes. Construyeron una guardería para que las madres pudieran ir a trabajar. Ellas hacían apoyo escolar y cuando faltaba una maestra, me llamaba desesperada y me decía: «¿No podés venir?». Yo soy maestra pero nunca había ejercido… A mi me da orgullo mi hija, pero al mismo tiempo me da pena no haberla entendido antes. Eso me quedó… la comprendí cuando no estuvo…”
De este modo recuerda a María Marta, su hija desaparecida, quien escribió unas líneas que la pintan de cuerpo entero:
“Hoy en día ya tengo trazada mi meta, que es la de ser una mujer cristianamente madura. En cuyo contenido no entra el orgullo, el egoísmo, la malicia, sino el amor al prójimo, la caridad, la fe en Dios y la esperanza de cambiar el mundo y hacerlo mejor a pesar de las contras que se me presenten. Qué difícil e ideal se ve todo ¿no? Pero a pesar de ello, si me lo propongo como hasta ahora, con la ayuda del Señor yo sé que lo lograré” (Fragmento del diario íntimo de María Marta Vásquez, a sus 17 años)
María Marta Vásquez era así, una creyente, una cristiana que creía fundamental y prioritariamente en Jesús y que jamás se le hubiera ocurrido negociar con la crucifixión del Salvador.
“Estudió en Perú y terminó quinto año en Argentina porque nos vinimos. Apenas conoció a las monjas ya empezó a misionar en el Maitén y en Lago Puelo. Así conoció a su marido y se casaron. Después de un tiempo se desilusionaron de cómo actuaban algunas personas, autoridades. Ellos llevaron hasta molinos para enseñarles a los mapuches a trabajar la tierra”, recuerda a su hija quien con toda justicia fue designada Personalidad destacada dela Cultura.
Marta Ocampo de Vásquez hoy es una mujer que aún premiada guarda en su corazón el recuerdo de quien hizo carne el emblema del cristianismo promovido por quien llegó a la tierra para servir y no para ser servido que no es otro que Jesús.
Su designación es, sin duda alguna, un acto de reconocimiento a esta mujer de 84 años con sus luminosos ojos claros, cuyo color resulta imposible de definir cuando recuerda a uno de los tantos desaparecidos en aquellos años…