Cuando leemos las Escrituras y relacionándolas con el Área Metropolitana no podemos menos que asombrarnos ante una realidad que se parecen mutuamente o cuando Aquellas desnudan una sociedad que no es menos que la descartable donde sobran los pobres, los niños y los jóvenes; donde unos comen rico y otros, comen aquello que desperdician quienes “comen rico” –valga la redundancia.
La Parábola Lazaro y el Rico que nos enseña el Evangelio Según San Lucas o los conceptos del Apóstol Santiago desnudan como pocos una realidad a la que poco y nada les importa los chicos pobres que no tienen pan, ellos y su familia.
El rico de la parábola lo podemos encontrar por doquier en todos lados: es la angurria y voracidad de los banqueros con sus intereses usurarios.
Es la sociedad descartable, la sociedad de Protágoras y los sofistas griegos, expertos eran en hacer pasar la mentira como verdad y al revés.
De lo que se trata, dirá Pancho Bergoglio, Francisco Iº, es de devolver a los pobres y a los pueblos lo que les pertenece.
Ocurre lo opuesto.
Podemos encontrar al rico en el granjero que había amontonado sus granos y al dormirse, lo despertó una voz que le dijo: “Hombre necio esta misma noche has de morir. ¿Para qué te servirá lo que tienes guardado?”
Zaqueos –vaya nombre- el recaudador de impuestos gozó del beneplácito del Salvador cuando donó el 50 por ciento de sus riquezas a los pobres.
Pero en esta sociedad descartable, en este mundo descartable, se prefiere gastar en armamentos, en dominio de unos pocos y sometimiento de los más, pueblos y hombres, que en crear un mundo al servicio de todos y para todos.
Y claro… después vendrán las dos teorías gemelas (marxismo y liberalismo) a explicar aquello que estos dos pensamientos proponen mediante la “vanguardia del proletariado” o la generosidad del mercado pero tanto ambas hermanas gemelas tomarán a pueblos y hombres como predicado, jamás como sujeto histórico de los cambios necesarios.
No son pocas las expresiones bíblicas o de las distintas Encíclicas papales que nos llaman a crear un mundo diferente y no explotando al trabajador que como dirá el Profeta Deuteronomio, vive de su trabajo (aunque éste escasee cada vez más)
En esta sociedad y en este mundo descartable, en la mesa de los poderosos habrá cada vez mejores manjares y habrá muchos Lázaros que comerán de las migajas que se caen de cada festichola.
¡Qué no les suceda aquello de la Parábola de Lázaro y el rico! ¡Que no deban ir a suplicar al Padre Abraham recibiendo la misma respuesta! Acaso, ¿no habrá llegado el tiempo de socializar la cultura, la riqueza y el poder?