Un clásico de San Telmo.
La pizzería del barrio que sigue estando ahí, justo en Defensa 821, casi esquina Independencia. A la que íbamos de chicos, después de salir del Cine Cecil. Hoy la regentea su hija, y sigue siendo entrañable, sabores a cebolla y muzza. La porción imperdible, fugazzeta con fainá, de parados nomás.
Toda la virtud de Pirilo sigue en su hija. Recuerdo que era lo ideal: sumarle un vaso de vino moscato, «así de lleno», y un chorrito de soda al final.
No había tiempo de filosofar. Comíamos y afuera.
Los notables de la época y los de ahora no se perdían ese bocado, vivir la esencia de la pizza en tiempo y forma, donde los aromas aportan más que nutrición.
Desde 1932 en San Telmo. Un reducto de gustos y el sabor de siempre: Ni en Italia la encontrás.
Con su forma de letra «L», hoy nos atiende la Piru y Silvia, se suma Keila.
Amables y atentas, el corte en sí es toda una ceremonia, cuando sale otra pizza.
Las porciones salen cortadas, mañana y noche, al mejor estilo «Pirilo», y la fainá sigue siendo reina y señora del lugar. Una pizza sin fainá? no señor.
Desfila el barrio y los conocidos se juntan con turistas, famosos, en un desfile de posibilidades, por qué no de un autógrafo a un artista, pero allí, se vive la consagración de la pizza, más allá de todo.
Ah, se come con la mano, y sí, con papelitos-servilletas, que nos queda chica, la Muzza chorrea, y parece que estamos en Sicilia, al menos a mí me lo parece.
Es un paseo, sigue siéndolo, pasar por la zona y no llegarse es casi un desaire a nuestro paladar.
«Luigin» el primer dueño, dio lugar a «Pirilo», Juan Vizzari, oriundos de La Boca, que lo convirtió en su medio de vida, y su vivienda. De La Boca a San Telmo, sin escalas. Pizza, fugazzeta, y fainá, con moscato, claro.
Y la fama empezó, y no paró. Porque los parroquianos somos fieles.
Estudiaba arte, recuerdo, en Los Patios de San Telmo, (cortada de San Lorenzo), y de allí, a la salida, a lo de Pirilo.
Gracias por no perder la esencia, la magia generada hace tanto, que hasta imaginamos un duende pizzero, mirándonos desde el mostrador. Mirando a la clientela que hace fila esperando su turno para entrar, en buen porteño, sería como un «rin raje»: comer y rajarse con la última porción, para no perder la costumbre.
Volver a los lugares donde fuimos felices esta vez es posible!
Foto: Gentileza: turismo.buenosaires.gob.ar