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2 de abril, Día del Veterano y de los Caídos en la Guerra de Malvinas

La memoria que no se rinde

Cuatro décadas después de la guerra, un relato que entrelaza voces documentadas, silencios históricos y la persistencia de un reclamo que desafía al tiempo.

El peso de los antecedentes

El archipiélago de las Malvinas, custodiado por aguas frías y vientos implacables, fue escenario de un conflicto que se incubó durante siglos. Desde 1833, cuando fuerzas británicas desalojaron a las autoridades argentinas establecidas en 1829, el reclamo argentino se mantuvo incólume. La ONU, en 1965, validó esa resistencia: la Resolución 2065 declaró la disputa como un caso colonial pendiente y urgía a negociaciones. Pero en 1982, bajo una dictadura que agonizaba entre crisis económica y denuncias internacionales por terrorismo de Estado, el régimen lanzó una ofensiva militar en las islas. La guerra, más que un acto de soberanía, fue un intento por revitalizar un gobierno en crisis.

La guerra y sus huellas

El 2 de abril de 1982, una operación argentina tomó las islas en horas. La euforia inicial, transmitida por cadena nacional, duró poco. Para junio, tras 74 días de combate, la superioridad naval británica selló la rendición. Las cifras, frías pero elocuentes, hablan de 649 soldados argentinos caídos, 255 británicos muertos y tres civiles isleños. Tras la guerra, el silencio fue otra herida: el Informe Rattenbach (1983), un documento militar secreto desclasificado décadas después, admitió errores estratégicos y la improvisación del mando.

Los veteranos, 10.625 reconocidos oficialmente, cargaron con el peso de un regreso sin honores. Muchos enfrentaron el olvido estatal, problemas de salud y una sociedad que asociaba la guerra con la dictadura. La Ley 24.950 (1998) reveló décadas después una tragedia paralela: 454 excombatientes se quitaron la vida, un dato que obligó a repensar el concepto de «bajas de guerra». Organizaciones de veteranos, como el CECIM La Plata, han luchado por asistencia psicológica y el reconocimiento de sus derechos. En lo diplomático, la posguerra fue un laberinto: desde el restablecimiento de relaciones (Declaración de Madrid, 1990) hasta las identificaciones de soldados NN en el cementerio de Darwin (2017)

Memoria: entre archivos y ausencias

La memoria de Malvinas es un mosaico de fragmentos. Están los documentos oficiales, como las cartas de soldados guardadas en el Archivo Nacional de la Memoria, donde la crudeza del frío y el miedo contrasta con la propaganda de la época. Están los relatos en las aulas: desde 2007, la Ley 26.323 exige enseñar la guerra no como una gesta, sino como un hecho complejo, vinculado al autoritarismo y al costo humano. Sin embargo, persiste el debate sobre cómo abordar la desmalvinización y revalorizar la causa sin distorsiones políticas.

Pero también hay silencios. Los homenajes en monumentos y placas, como el de la Plaza San Martín, conviven con preguntas incómodas: ¿Cómo honrar a los caídos sin glorificar una guerra iniciada por un régimen criminal? ¿Cómo narrar el heroísmo individual sin olvidar el cálculo político detrás del conflicto? Proyectos como la digitalización de diarios de trinchera (CECIM, 2020) buscan responder dando voz a los soldados sin intermediarios. «En nuestras cartas, estábamos congelados y con hambre, pero nos decían que la patria nos miraba», recuerda un excombatiente en uno de esos documentos.

La memoria como territorio

Recordar Malvinas no es solo evocar una guerra: es sostener un reclamo ante el mundo y confrontar las sombras de la propia historia. La causa soberana, respaldada por la Constitución desde 1994, sigue viva en foros internacionales. En 2023, Argentina reiteró ante la ONU su pedido de negociaciones bilaterales con Reino Unido, apoyado por el Mercosur y la CELAC. Sin embargo, la fuerza del reclamo depende de la coherencia entre memoria y verdad.

Mitificar el conflicto como «gesta» ignora su uso como herramienta de distracción por la dictadura; reducirlo a un capítulo militar omite su raíz colonial. La memoria rigurosa, incómoda y documentada, es un antídoto. Permite honrar a quienes lucharon sin convertir su sacrificio en bandera política. Y, sobre todo, recuerda que las islas no son solo un punto en el mapa: son un símbolo de cómo los pueblos, incluso en la derrota, pueden resistir al olvido.

El Atlántico Sur guarda más que naufragios: guarda la prueba de que la memoria, cuando se nutre de documentos y no de consignas, trasciende fronteras. Olvidar los detalles incómodos de 1982 no solo debilitaría el reclamo argentino; sería traicionar a quienes, desde trincheras y diplomacias, entendieron que la soberanía no se defiende con nostalgia, sino con verdades que perduren.

Fuentes consultadas: Resolución ONU 2065 (1965), Informe Rattenbach (desclasificado en 2012), Cartas de soldados (Archivo Nacional de la Memoria), Ley 26.323 (2007), Proyecto de identificación de soldados NN (CICR, 2017), Declaración Argentina ante la ONU (2023).

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